Hugo el lobo y otros relatos de terror by Erckmann-Chatrian

Hugo el lobo y otros relatos de terror by Erckmann-Chatrian

autor:Erckmann-Chatrian [Erckmann-Chatrian]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Terror
editor: ePubGratis
publicado: 1999-01-01T00:00:00+00:00


LA REINA DE LAS ABEJAS

—Yendo de Motiers-Travers a Boudry, en dirección a Neufchâtel —dijo el joven profesor de botánica—, recorréis un camino encajado entre dos murallas de roca de una altura prodigiosa. Alcanzan una altura de hasta quinientos o seiscientos pies, y están tapizadas de plantas silvestres: albahaca de montaña (thymus alpinus), helechos (polypodium), vid silvestre (vitis idoea), hiedra, y otras especies trepadoras que producen un efecto admirable.

»El camino serpentea por este desfiladero: sube, baja, vuelve y revuelve, llanea o se empina, siguiendo las mil sinuosidades del terreno. Algunas rocas grises lo dominan, arqueándose como una media bóveda; otras se apartan para que podáis ver lejanías azuladas, profundidades sombrías y melancólicas, extensiones de pinos que se pierden de vista.

»Detrás de allí corre el Reuss, saltando en cascadas, arrastrándose bajo las alamedas, espumeando, humeando y tronando en los abismos. Los ecos os traen el tumulto y el mugido del agua, como un zumbido inmenso y continuo.

»Desde mi salida de Tubinga, el tiempo había sido siempre bueno; pero, justo cuando llegaba al último rellano de esta escalera gigantesca, a dos leguas, más o menos, de la pequeña aldea de Noirsaigue, vi de repente pasar por encima de mi cabeza unas grandes nubes grises, que invadieron prontamente el desfiladero. Aunque no eran sino las dos de la tarde, el cielo se ensombreció como si la noche fuera a caer, por lo que adiviné que se preparaba una terrible tormenta.

»Paseando entonces la mirada a mi alrededor para buscar abrigo, divisé, a través de uno de esos anchos huecos que ofrecen perspectivas de los Alpes, y sobre la pendiente que se inclina hacia el lago, un antiguo chalet gris, enmohecido, con sus pequeños cristales redondos, su techumbre a dos aguas cubierta de pizarras, su escalinata exterior esculpida y su balcón en cornisa, en el que las muchachas suizas suelen tender sus blancas camisas y sus pequeñas faldas en forma de amapola.

»A la izquierda de esta construcción, un vasto colmenar, instalado sobre unas viguetas dispuestas en balconada, sobresalía como un mirador por encima del valle.

»Ni que decir tiene que, sin perder un minuto, me puse a dar saltos y zancadas en dirección al chalet, adonde llegué justo a tiempo. Estaba abriendo la puerta cuando el huracán se desencadenó con un terrible furor. Cada ramalazo de viento parecía que iba a llevarse la casa. Sus cimientos eran sólidos, sin embargo, y la seguridad con que me acogieron sus habitantes me tranquilizó completamente sobre aquella eventualidad.

»Vivían allí Walter Young, su esposa, Catherine, y su única hija, Roesel.

»Me quedé con ellos durante tres días. El viento, que cayó sobre la medianoche, había amasado tanta bruma en el valle de Neufchâtel, que nuestra montaña estaba literalmente sumergida en ella: no se podían dar veinte pasos fuera del chalet sin perderse. Cada mañana, viéndome coger el bastón y echarme al hombro la mochila, aquellas buenas gentes exclamaban: “¡Por Dios! ¿Qué vais a hacer, señor Hennetius? No intentéis partir, porque no llegaríais a parte alguna. Quedaos con nosotros, en el nombre del cielo”.



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