Hombres en el sol by Ghassān Kanafānī

Hombres en el sol by Ghassān Kanafānī

autor:Ghassān Kanafānī [Kanafānī, Ghassān]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 1963-01-01T00:00:00+00:00


El camino

Subir al techo del camión no fue demasiado difícil. Aunque arriba el sol quemaba sin piedad, con la velocidad corría un vientecito que mitigaba el calor infernal. Para la primera parte del viaje, a Abu Kais y a Marwán les había tocado ir arriba, mientras que As’ad iba sentado en la cabina junto al chofer. As’ad se decía para sus adentros: «Al viejo pronto le tocará sentarse aquí a la sombra. Por ahora no hay que preocuparse, el sol todavía es soportable, pero cuando sean las doce, ¡vaya si tendrá suerte de estar aquí dentro!».

Abuljaizarán le hablaba y se esforzaba porque su voz se oyera por encima del rugido del motor:

—¿Ves esos cincuenta kilómetros? Son como el camino que Dios nos ha prometido que atravesaríamos en el más allá antes de ir al infierno o al cielo. El que cae, va al infierno, el que lo atraviesa, va al cielo. Sólo que aquí los ángeles son los aduaneros.

Estalló en carcajadas mientras gesticulaba con las manos y la cabeza sobre el volante, como si no fuera él, sino otro, el que acabara de soltar aquella ocurrencia.

—¿Sabes?, tengo miedo de que la mercancía se nos eche a perder allá arriba.

Hizo un gesto con la cabeza para señalar el techo de la cisterna donde iban sentados el viejo y Marwán. Después estalló de nuevo en carcajadas.

—Dime, Abuljaizarán, ¿nunca te has casado?

—¿Yo?

Su voz sonaba extraña. El rostro, antes jovial, se le había ensombrecido de pronto. Para tratar de vencer su emoción, dijo con una voz que quería ser natural:

—¿Por qué me lo preguntas?

—No, no, nada… Me decía que llevas una vida estupenda. No tienes a nadie que te retenga aquí ni allá, y puedes volar donde se te antoje, volar, volar, volar, libre como los pájaros.

Abuljaizarán levantó la cabeza y cerró a medias los párpados para protegerse de los rayos del sol que daban en el parabrisa.

La luz era intensa, cegadora, hasta el punto que no se podía ver nada. Sentía un dolor horrible como si le clavaran un tornillo entre las nalgas. Luego terminó por darse cuenta de que estaba con las dos piernas suspendidas hacia arriba atadas a unas anillas, mientras mucha gente se afanaba a su alrededor. Cerró los ojos; después, los abrió cuanto pudo. La luz del proyector, suspendido encima de su cabeza, le cegaba la vista y le impedía ver el techo. Atado en aquella posición extraña, no conseguía recordar más que una sola cosa de lo que hasta entonces le había sucedido. Corría con los demás hombres armados cuando algo como el infierno explotó ante él y lo hizo caer de bruces. Eso era todo. Pero ahora, aquel dolor atroz que le atenazaba los muslos y la luz del enorme proyector suspendido encima de los ojos, que lo obligaba a apretar los párpados con todas sus fuerzas cuando lo que él quería era ver lo que pasaba a su alrededor… De pronto se le ocurrió una idea horrible y se puso a gritar como un loco. Sintió



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