Historias de familia by Vita Sackville-West

Historias de familia by Vita Sackville-West

autor:Vita Sackville-West [Sackville-West, Vita]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 1932-01-01T00:00:00+00:00


TERCERA PARTE

TERCERA PARTE RETRATO DE LESLEY ANQUETIL

Se habían peleado. Era como un mojón en el panorama de sus relaciones. Una vez perdido el dominio de sí misma, Evelyn no podía recuperarlo. Todos los sentimientos que había reprimido brotaron a la superficie. Todo cuanto la había hechizado en Miles, comenzó ahora a excitar su oposición. Hacía observaciones hirientes sobre su obra, su política, sus maneras, sus amigos y hasta sobre sus vestidos.

—Miles, me gustaría que no llevaras ese sombrero negro. Te da un aire de conspirador o de organillero.

Miles lo aceptaba de buen humor, y ello la irritaba también. Tenía la impresión de que si lograra hacerlo estallar, estaría satisfecha. Interpretaba su buen humor como un signo de indiferencia; ahora estaba siempre al acecho de signos de indiferencia.

«No puede amarme eternamente —argüía miserablemente consigo misma—. Llegará un día en que tropiece con una mujer más joven (tiene que llegar), ya debo comenzar a serle indiferente. Cuanto antes adopte una decisión, mejor. ¿No lo he previsto ya, de siempre? ¡Ah!, si al menos pudiera retroceder a aquellas primeras semanas, cuando me negaba a pensar en ello, cuando amarle y ser amada por él era suficiente. Y, si voy siguiendo como ahora lo apartaré de mí con mucha más anticipación. ¡Qué estúpida soy! Es preciso que me detenga, es preciso, es preciso».

Y así se paseaba por su cuarto, retorciéndose las manos, infeliz y torturada, después de cada nuevo yerro.

Para empeorar las cosas, los Jarrold habían descubierto su «liaison» con Miles. No se lo dijeron abiertamente, pero lo demostraron a las claras. Las alusiones de Hester eran inequívocas. Evelyn estaba terriblemente preocupada. Se despreciaba a sí misma por hacer caso de ello, pero su educación y las tradiciones eran demasiado fuertes para ella. Decidió no decírselo a Miles y, naturalmente, se lo dijo en cuanto le vio.

Miles se echó a reír.

—¡Deliciosas arpías! ¿Están escandalizadas? ¿Y qué importa?

—Puede que a ti no te importe, Miles; tú eres un hombre, y, de todos modos, eres diferente. Pero son mi única familia.

—Creí que te fastidiaban.

—Me fastidian; pero no quiero que piensen mal de mí.

Miles era incapaz de comprender este punto de vista. No había un átomo de burgués en su entera composición.

—El remedio está en tus propias manos —dijo, tan pacientemente como pudo—; te he propuesto una y otra vez que te casaras conmigo.

—Ya lo sé, y tu manera de decirlo me indica tus verdaderos sentimientos respecto a ello. «Te lo he propuesto una y otra vez». Bien sabes que me lo propones tan solo para complacerme. En el fondo, no lo deseas. Naturalmente, no te censuro por no quererte unir a una mujer quince años más vieja que tú. Sí, es muy correcto y muy caballeroso por tu parte el proponérmelo. Pero no necesitas inquietarte, Miles; no te cogeré la palabra.

—Evelyn, sé razonable; te lo propongo sinceramente; reconozco que la idea del matrimonio me es antipática como institución; me trae siempre a la memoria al señor y la señora Noé y a los animales entrando por parejas, pero si alguna vez me casara con alguien, sería contigo.



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