Hijos de la magia by Andrea Longarela

Hijos de la magia by Andrea Longarela

autor:Andrea Longarela [Longarela, Andrea]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Young Adult Fiction, Romance, General, Fantasy
editor: Alfaguara Infantiles Y Juveniles
publicado: 2024-02-14T23:00:00+00:00


Me despertó un fuerte olor a pescado. Abrí los ojos y me incorporé con rapidez, temerosa de haber sido apresada de nuevo y que todos mis esfuerzos hubieran acabado en fracaso, pero solo estaba tendida en la cama de una habitación desconocida.

No estaba atada, aunque sí limpia y vestida con un viejo camisón que me recordó a los que usábamos en la Casa Verde.

¿Y si, con Redka muerto, me habían enviado nuevamente a una de las casas y mi destino volvía a estar en manos del concilio? ¿Era eso acaso posible? ¿O quizá todo había sido una pesadilla y nunca había salido de la protección de Hermine?

Observé con detenimiento dónde me encontraba, buscando indicios que me alertaran, pero solo se trataba de una alcoba pequeña y modesta. Una que no conocía y que, por tanto, me confirmaba que todo lo vivido había sido real. En la parte alta de la pared izquierda, había una ventana rectangular por la que, tras una cortina liviana, veía los pies de los viandantes, un ir y venir de desconocidos que se mezclaba con el bullicio de lo que intuía que era un mercado en hora punta.

Me levanté y revisé mis heridas. La mayoría ya habían sanado, aunque las cicatrices no desaparecerían sin los ungüentos de Missendra; me latían, rojizas y abultadas, como si estuvieran vivas. En la parte interna del muslo la carne aún estaba cosida con un hilo oscuro. Recordé el dolor de la zona provocado por la ira de Dowen y me estremecí.

La puerta se abrió y me volví sobresaltada. Estiré el brazo y los dedos centellearon como defensa. Una pequeña chispa salió disparada hacia el suelo y un pie diminuto la pisó para apagarla.

—¡Esa herida fea del muslo que te mirabas me está dando la lata, chica!

Observé a una pequeña criatura que entraba empujando un carrito. En su interior cargaba sábanas limpias, un camisón, utensilios de aseo y una jarra con agua. Era tan bajita como un niño y la frente apenas alcanzaba el borde del mueble. Tenía los pómulos redondeados y la nariz prominente. Su pelo naranja ensortijado brillaba con intensidad. Pequeñas flores estaban hiladas en sus rizos y parecían moverse, como si las raíces le salieran del cráneo. Nunca había visto uno, pero lo había deseado tantas veces en mi infancia que no salía de mi asombro. Siempre eran protagonistas de historias de hadas y duendes, y un ejemplo de dulzura y bondad.

—Imagino que nunca habías visto un Dritón.

Negué con un gesto y me mostré avergonzada por mi descaro, pero ella no parecía ofendida. Comenzó a cambiar la ropa de cama mientras silbaba una canción. Me asomé a la puerta entreabierta y no vi más que otras dos puertas de una casa tan diminuta como su dueña.

—¿Dónde estoy?

—Yusen. Ciudad de Mercaderes. Soy Matila, por cierto.

Me miró con una sonrisa de dientes separados, esperando una presentación por mi parte que no me atreví a darle. Ella pareció comprender mis dudas y sacudió la cabeza antes de zarandear la almohada.

—Puedes decirme tu nombre sin miedo, chica.



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