Hijas de una nueva era by Carmen Korn

Hijas de una nueva era by Carmen Korn

autor:Carmen Korn [Korn, Carmen]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2016-01-01T00:00:00+00:00


* * *

Guste ya estaba impaciente por la velada que estaba organizando Louise. No le haría la competencia a la fiesta de artistas que se celebraba en la cercana Rothenbaumschaussee, en el edificio Curiohaus, adonde acudía toda la gente del teatro y bebía hasta perder el sentido.

Louise se proponía no perderse nada y bailar en las mesas.

—Aquí también habrá bebida y comida exquisitas —dijo Guste a Bunge—. Y las muchachas irán ligeras de ropa. —Sabía cómo entusiasmar a un tenorio. Era una lástima que el cantante de ópera se hubiese marchado hacía tiempo y cantara en el teatro real de Dessau. Pero Bunge había llevado un gramófono ultramoderno antes de que volviera a perder dinero y se refugiara en ella.

—Colocaré las guirnaldas —se ofreció.

—De la decoración se encarga Louise, pero, si quieres, puedes subirte a la escalera. Hay bastante que hacer. Pelar las patatas para la ensalada y preparar una tina de pato frío.

Bunge pidió invitar también a Ida. Seguía pesándole aquella salida en el Alsterpavillon. Desde entonces no había sabido nada de ella.

Por lo visto, ese chino seguía ocupando el corazón de Ida. Él tendría que haberle sugerido que abandonara a Campmann, pero este le había dejado bien claro que la duración de su crédito iba unida a la permanencia de Ida. De manera que tenía las manos atadas.

—En ese caso, lo mejor será que invitemos también al chino —sugirió la incomparable Guste. A Bunge no le pareció buena idea. Como tampoco se lo pareció que Guste insinuase que él podía disfrazarse de pobretón. Su humor tenía notas muy amargas.

Lina no tenía espíritu carnavalesco. Disfrazarse y hacer el payaso eran cosas ajenas a ella, algo apenas relacionado con el hecho de ser de esa ciudad, pues los de Hamburgo también podían ser alegres. De haber estado vivo Lud, habría dicho que Lina solo se descontrolaba cuando patinaba sobre hielo.

—Un sombrerito —propuso Louise— o serpentinas al cuello, Lina, por favor.

Ella iría de Colombina, el disfraz lo sacaría del vestuario del teatro Thalia. Hacer a un lado sin más toda la miseria. Crear un paraíso allí donde vivían. Debía proponer encargarse de la dirección artística de Hurra, estamos vivos. Ciertamente Toller tenía razón: el mundo era un manicomio.

Bunge estaba subido en la escalera, tendiendo un cordel para los globos y colocando guirnaldas donde las quería Louise. En una ocasión se estiró demasiado y notó una presión en el pecho. Pensó que le fallaría el corazón, pero se le pasó deprisa.

Lo sucedido con Ida le causaba un dolor inmenso. ¿Acaso no se decía que a uno le dolía el corazón, que tenía el corazón destrozado, que se le encogía el corazón? Tal vez Ida lo considerase un vejestorio insensato, la escena del Alsterpavillon lo sugería, pero le dolía que Campmann tuviese a su hija de rehén.

Ay, el dinero, el volátil dinero.

—Más a la izquierda —pidió Louise. Bunge se inclinó más hacia ese lado y a punto estuvo de caerse de la escalera.

—Bájate de ahí de una vez —apuntó Guste. Había cogido del



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