Hija de La Frontera by Asier Moreno Vizuete

Hija de La Frontera by Asier Moreno Vizuete

autor:Asier Moreno Vizuete [Moreno Vizuete, Asier]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Fantástico
editor: ePubLibre
publicado: 2023-01-01T00:00:00+00:00


8

Docenas, si no centenares, de golondrinas manaban de cada hueco sombrío de las quebradas para rayar el cielo con el silbido de sus alas y motear con sus sombras esa serpiente de carros, bestias y polvo que descendía trocha abajo hacia el desierto. Atrás quedaban la meseta y los campos desnudos de mies tras la cosecha, atrás el fuego y la civilización. Abajo, en el desierto, nada de todo eso existía. En el desierto, cuando el mundo se convirtiera en una olla de barro cocido blanco como el hueso, añorarían la sombra y el abrigo de las montañas. El cantar de las golondrinas se tornaría en el graznido de los cuervos y en el zumbido de las moscas, el polvo en tormenta. El cielo en un reflejo del infierno que estaban condenadas a pisar.

Había intentado de mil maneras hacerla cambiar de opinión. Le había rogado, y más de una vez, que se tomara unos días. Que mandara al cuerno a esos paletos desagradecidos, que su palabra no valía tanto como su vida. Hasta se había atrevido a hablarle de su venganza, gritándole que ese viejo krae hijo de mil daimonios no iba a irse a ninguna parte.

Pero de nada había servido. Su maestra no era de las que se dejaban convencer y había acabado por mandarla al cuerno. La verdad era que no la había tratado nada bien, pero Gris estaba más que acostumbrada a eso. A lo que no acababa de acostumbrarse era a ese macilento brillo que encharcaba sus ojos; a sus pupilas dilatadas, a su respiración agitada. Nunca la había visto abusar de sus puntas de esa manera y, por lo poco que sabía de La Ságida, se daba cuenta de que aquello no era, no podía ser una buena idea. ¿Qué pasaría cuando ya no tuviera fuerzas para levantar Soma? ¿Qué, cuando la mezla le pasara factura? ¿Podría llegar a matarse? Y lo que era más importante: ¿podía ella hacer algo por evitarlo?

No hablando, desde luego. Astilla se mantenía al margen incluso de ella, y Gris solo podía seguirla de cerca. Al menos parecían haber recuperado la confianza de los refugiados: más de una vez Rono y el sacerdote se habían adelantado hasta alcanzarla y, por lo que Gris había podido percatarse desde la distancia, no habían hecho sino asentir a las palabras de su maestra, e incluso le habían sonreído al cruzarse con ella de vuelta a los carros. Solo que, ante sus sonrisas, esta vez Gris se había limitado a asentir, recordando: La opinión de las turbas cambia con facilidad, niña.

Mantente viva, mantente al margen.

Gris suspiró, y al poco sonrió por eso. Ese suspiro suyo se parecía demasiado al suspiro de su maestra, hasta puede que, sumida en sus pensamientos, hubiera arrugado el ceño. Y, ya fuera por su juventud o por pura devoción, aquello no le disgustaba del todo.

Tras ella los refugiados frenaban a gritos a las bestias que tiraban de los carros: la trocha descendía abrupta entre los cerros de encinas y



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