Hasta el final del tiempo by Brian Greene

Hasta el final del tiempo by Brian Greene

autor:Brian Greene [Greene, Brian]
La lengua: spa
Format: epub
editor: Crítica
publicado: 2020-10-19T22:00:00+00:00


Creencia, confianza y valor

Casi todos los que me preguntan si creo en Dios usan «creencia» del mismo modo que si me preguntasen si creo en la mecánica cuántica. De hecho, a menudo me hacen las dos preguntas de manera consecutiva. Yo tiendo a expresar mi respuesta en términos de confianza (una medida de incertidumbre), y explico que mi confianza en la mecánica cuántica es alta porque la teoría predice con gran exactitud diversas características del mundo, como el momento de dipolo magnético del electrón, con una precisión superior a nueve decimales, mientras que mi confianza en la existencia de Dios es baja a causa de la pobreza de datos rigurosos que la apoyen. La confianza, como estos ejemplos demuestran, surge de un juicio desapasionado y esencialmente algorítmico de los indicios empíricos.

De hecho, cuando los físicos analizan datos y anuncian un resultado, cuantifican su confianza mediante procedimientos matemáticos bien establecidos. La palabra «descubrimiento» suele usarse únicamente cuando la confianza cruza un umbral matemático: la probabilidad de equivocarse por culpa de una chiripa estadística en los datos debe ser menos de alrededor de 1 entre 3,5 millones (un número que puede parecer arbitrario, pero que surge de forma natural en los análisis estadísticos). Por supuesto, incluso unos niveles de confianza tan elevados no garantizan que el «descubrimiento» sea verdadero. Datos de experimentos posteriores pueden obligarnos a revisar nuestra confianza; también en ese caso, la matemática proporciona un algoritmo para calcular la actualización.

Aunque nadie en su sano juicio sigue métodos matemáticos para vivir, muchas de nuestras creencias las alcanzamos a través de razonamientos parecidos, pero que no son en apariencia tan analíticos. Vemos a Jack con Jill y nos preguntamos si son pareja; volvemos a verlos juntos una y otra vez, y crece la confianza que depositamos en nuestra conclusión. Más tarde nos enteramos de que Jack y Jill son hermanos, así que restamos confianza a nuestra anterior evaluación. Y así sucesivamente. Es un proceso iterativo que uno espera que converja en unas creencias que reflejen la verdadera naturaleza del mundo. Pero no tiene por qué ser así. La evolución no ha configurado nuestros procesos cerebrales para formar creencias que concuerden con la realidad, sino para favorecer las que generan comportamientos que promuevan la supervivencia. Y las dos consideraciones no tienen por qué coincidir. Si nuestros antepasados hubiesen investigado a fondo cada roce y cada crujido que llamase su atención, habrían descubierto que la mayoría de ellos se podían explicar sin necesidad de apelar a un agente volitivo. Pero desde el punto de vista de la eficacia biológica adaptativa, su onerosa inversión en la búsqueda de la verdad les habría reportado pocas ventajas. A lo largo de miles de generaciones, nuestro cerebro renunció a la exactitud en bien de un conocimiento más rápido y pragmático. Las respuestas ágiles suelen batir a las evaluaciones consideradas. La veracidad es un personaje importante en el drama de la creencia, pero en escena queda fácilmente eclipsado por la supervivencia y la reproducción.

Para acabar de enredar la trama, la evolución añadió un nuevo personaje: las emociones.



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