Ha dejado de llover by Andrés Barba

autor:Andrés Barba [Barba, Andrés]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 2012-04-10T16:00:00+00:00

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Nunca supo realmente si el encuentro se había producido o no. Ocurrió más de dos años después de aquella fecha. Ella llevaba al menos un año sin pensar en Anita. La vida había regresado de nuevo, la vida misteriosa, ingobernable, pálida, subterránea y a ratos deslumbrante de todos los días. El recuerdo de mamá se había dulcificado un poco y la relación con Raquel había instituido la costumbre de una llamada mensual y una visita en navidades. En una ocasión incluso hizo un viaje a Londres con Pablo y Raquel estuvo tres días paseándoles por la ciudad. Se había divorciado de Donovan y tenía un novio español tres años menor que ella que se dedicaba a la hostelería y con el que le confesó en un aparte que quería tener un hijo. La muerte de mamá había articulado en Raquel el deseo del hijo como el resorte en una caja sorpresa. A ella le parecía disparatado y egoísta, pero también alegre y perenne, como el deseo de un adolescente de hacerse un tatuaje. En general se imaginaba al hijo que tendría Raquel como una criatura pequeña y poderosa, tan egocéntrica, celebrativa y arrolladora como su hermana, se imaginaba que el choque de trenes que se produciría allí sería digno de verse y que a pesar del carácter de Raquel lo más probable era que se ayudaran el uno al otro. La muerte de mamá había provocado en Raquel un efecto sorprendente: la había mitificado de una manera tan disparatada que parecía la abuelita bondadosa de un mal cuento infantil. Se había entregado a su ficción con la tenacidad de los supervivientes que necesitan creer de continuo, aunque nada lógico apoye su creencia, que viven una vida distinta de la que viven. Había ocasiones en las que la agarraba del brazo y le daba por hablar de mamá en tono sentimental y lánguido. Supo, desde la primera vez que ocurrió aquello, que no podía oponerse a aquella narración, que Raquel la necesitaba así, y tal vez también a ella como cómplice, de modo que se limitaba a escuchar aquellas anécdotas que recordaba en realidad, y de manera muy distinta, como quien se presta a jugar al teléfono estropeado. De poco habría servido explicarle que, para ella, mamá se había ido convirtiendo con el paso de aquellos años en una persona sobre la que cada vez era más difícil hacer suposiciones, algo que sentía tal vez como su propio cuerpo; tan pronto cercana y accesible como distante y oscura y llena de túneles calientes.

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