Guardianes del crepúsculo by Sergei Lukyanenko

Guardianes del crepúsculo by Sergei Lukyanenko

autor:Sergei Lukyanenko [Lukyanenko, Sergei]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: fantástico, novela de fantasía, ficción
ISBN: 9788499083766
Google: -u6mcQAACAAJ
Amazon: 8499083765
editor: DEBOLSILLO
publicado: 2010-09-02T22:00:00+00:00


5

Arina estaba ocupada en lo que se supone que debe estarlo toda bruja encerrada en una casita en medio del bosque: preparando una pócima. De pie frente a un horno tradicional ruso sobre el que se alzaba una olla de hierro fundido a la que el fuego arrancaba reflejos verdosos, salmodiaba:

Blanca hiniesta y bonetero,

puñado de arena del tajo,

brezo y esqueleto de pinzón,

más pus de absceso...

Edgar y yo entramos, pero no avanzamos más allá de la puerta. La bruja no pareció vernos, así que continuó su letanía sin volverse:

Otro poco de hiniesta y bonetero,

con tres plumas de halcón...

En ese punto, Edgar tosió y continuó recitando el conjuro:

Acetona, kefir y serrín

¿más dos cuernecillos cualesquiera?

Arina dio un respingo.

—¡Ay, madrecita! —exclamó, y aunque la sorpresa parecía auténtica, tuve la certeza de que la bruja nos esperaba.

—Buenos días, Arina —la saludó Edgar en tono áspero—. Soy de la Inquisición. Le ruego que interrumpa toda acción relacionada con la brujería.

Con suma destreza, Arina guardó la olla bajo el horno y sólo después se volvió. Su aspecto era ahora el de una mujer de unos cuarenta años, una recia, curtida y hermosa mujer de pueblo. Y muy irritada. Poniendo los brazos en jarras, le espetó a Edgar:

—Buenos días tenga también usted, señor inquisidor. ¿Qué es lo que le molesta de mis brujerías? ¿O es que su señoría va a ordenarme que me ponga a cazar pinzones o arrancarle plumas a los halcones?

—Esos versos que recita no son más que una herramienta para recordar los ingredientes y el orden en que debe mezclarlos —respondió Edgar sin inmutarse—. Así que ya tiene lista la pócima y mis palabras no interrumpen nada serio. Tome asiento, Arina. Supongo que no espera crecer más, ¿no es cierto?

—Tampoco creo que vaya a crecer, la verdad —respondió secamente Arina, y se dirigió a la mesa. Finalmente, tomó asiento después de secarse afanosamente las manos con un delantal estampado con margaritas y basiliscos. Me miró fijamente.

—Buenos días, Arina —la saludé—. El señor Edgar me pidió que le sirviera de guía. Quiero pensar que no tiene nada en contra...

—De haber tenido algo en contra, ¡les habría hundido en un pantano! —me interrumpió Arina en tono ofendido—. Soy toda oídos, señor inquisidor. ¿Qué se le ofrece por aquí?

Edgar se sentó frente a ella y del bolsillo interior de la chaqueta extrajo una pequeña carpeta de piel. ¿Cómo conseguía que le cupieran tantas cosas en él?

—Se le envió una citación, Arina —dijo el inquisidor con voz amable—. ¿La recibió?

Arina adoptó el aire de quien se esfuerza en hacer memoria. Edgar, entretanto, abrió la carpeta y sacó un trozo alargado de papel amarillento. Se lo mostró.

—¡Del año 31! ¡Pero si esto es viejísimo! —se sorprendió la bruja—. No, no la recibí. Ya se lo expliqué a este señor de la Guardia Nocturna. Estuve hibernando. La Cheka me estaba preparando una buena trampa...

—La Cheka está lejos de ser lo más terrible con que puede encontrarse un Otro —señaló Edgar—. De hecho, está muy lejos de serlo... Y bien, dígame: ¿recibió la citación o no?

—No la recibí —se apresuró a contestar Arina.



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