Guía práctica del llanto by Laura Demaría

Guía práctica del llanto by Laura Demaría

autor:Laura Demaría [Demaría, Laura]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9788418440816
editor: 2023
publicado: 2022-08-23T22:00:00+00:00


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Cuando mis padres se divorciaron —como verás, en mi familia abundan los divorcios y los accidentes—, mamá se sacó el carné de conducir y se compró un 600 de segunda mano. Ya era mayor. Por qué un 600. Si con esto quiso sentirse más independiente, se equivocó. Descubrió en menos de una semana que odiaba conducir. Era meter primera y transformarse. En el coche perdía la iniciativa para buscar el camino más corto o cambiar de ruta en los trayectos habituales. En carretera jamás adelantaba. Las veces que he tenido que viajar con ella —por supuesto, no me dejaba llevarlo—, pensé que no llegaríamos nunca. Que entraríamos en reserva y moriríamos de una lipotimia en mitad de la autovía.

La duración de sus viajes dependía del azar. No atendía a las indicaciones. Seguía al coche que tuviera delante. Siempre iba con la calefacción y Radio Nacional de España puestas.

No soportaba aparcar. Cuando le tocaba hacerlo, no sé cómo pero siempre convencía a algún chaval de alma cándida para que se lo colocara «mirando a Madrid», como si hubiera abandonado la ciudad y la añorara. Al verlo ya estacionado, mi madre descargaba toda su furia a patadas contra el guardabarros y las ruedas delanteras. Se defendía de él, aseguraba que el coche la poseía.

Una noche me llamó para contarme que había notado que la semana anterior le había crecido la cabeza. Había recuperado su tamaño habitual durante el fin de semana. Sin necesidad de relacionar mucho, llegó a la conclusión de que el coche había tenido la culpa.

Intenté convencerla de que la cabeza no crece. La animé a que vendiera el coche o lo regalara, pero que dejara de cogerlo. El problema lo tenía dentro de la cabeza, no fuera. Le sentó mal mi recomendación y me colgó. Pasados unos días, la llamé. Estaba feliz celebrando que la noche anterior le habían robado el 600. No había dado parte a la policía ni pensaba hacerlo. Se puso tan contenta al saber que ya no lo tenía que se fue a comprar un par de zapatos nuevos.

Pasados unos meses, mamá volvió a sacar el tema de la cabeza. Ya no tenía coche. Fue a ver a mi padre cuando se «entrompó» y terminó enterándose de lo de la peluca.

Me sorprendió que mi padre se lo hubiera dicho. Ella presumía de que siempre se lo habían contado todo. Fue entonces cuando comprendió lo de su cabeza. Dejó de preocuparse al saber que le crecía cada vez que notaba que mi padre se ponía la peluca. Estaba segura. Le crecía la cabeza por mímesis. Porque en el fondo Federico no solo se acordaba de Luisa cuando la llevaba puesta, también de ella. Recordaba el amor. Lo confortable que es sentirse querido.

La miré perplejo. Le dije que no creía que lo estuviera diciendo en serio. Me soltó que la complicidad en las parejas es infalible. Debía de serlo, porque llevaban más de diez años separados. Le recomendé que fuera al médico. Me dio la impresión de que estaba perdiendo a mis padres.



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