Grandes cuentistas by Varios

Grandes cuentistas by Varios

autor:Varios
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 978-607-735-166-5
editor: Editorial Océano
publicado: 2012-10-01T00:00:00+00:00


Paul Heyse

Poeta, autor teatral, novelista, cuentista, nació en Berlín en 1830, murió en esta misma ciudad en 1914. Vivió casi permanentemente en Munich, pensionado por Maximiliano II de Baviera. En 1910 se le otorgó el Premio Nobel. Obras principales: L´Arrabbiata und andere Novellen (1855); Hans Langue (1866); Gedichte (1871); Im Paradiese (1875); Der Roinan der Stiftsdame (1888); Merlin (1892); Kinder der Welt (1893); Marie von Magdola (1903); Die Geburt der Venus (1909).

L'Arrabbiata

El sol no había salido aún. Sobre el Vesubio se acumulaba una ancha y grisácea capa de niebla que se extendía hacia Nápoles y obscurecía las pequeñas poblaciones de la costa. El mar estaba sereno. Sin embargo, junto a la marina que se halla emplazada al pie de las altas y rocosas playas sorrentinas, los pescadores y sus mujeres ya tiraban de los cables con que se amarran las embarcaciones y redes que pasan la noche en el mar, afanándose por traerlas hasta la orilla. Otros preparaban sus barcas, izaban las velas e iban en busca de remos y vergas que, por las noches, se guardaban con los demás aparejos en las grandes cuevas con reja, cavadas en las profundidades de la roca. A nadie se le veía ocioso, pues también los viejos, que ya no navegaban, se incorporaban a la larga fila de aquellos que tiraban de las redes y aquí o allí una anciana se encontraba de pie sobre alguno de los chatos tejados, empuñando el huso o cuidando de los nietos, mientras la hija ayudaba al marido.

—¿Ves, Raquela? Ahí está nuestro Padre Curato —le decía una vieja a una niña de diez años, que a su lado manejaba también su pequeño huso—. En este momento sube a la barca. Antonino tiene que llevarlo hasta Capri. ¡María Santísima! ¡Qué cara de dormido tiene aún el Reverendo! —y al decir esto saludó con la mano a un sacerdote, bajito y amable, que allá abajo acababa de sentarse en la embarcación, después de haber levantado cuidadosamente su negra sotana, que extendió sobre el banco de madera. Los de la playa interrumpieron la tarea para observar la partida del señor cura, el que a diestra y siniestra repartía gentiles saludos e inclinaciones de cabeza.

—¿Para qué tiene que ir a Capri, abuela? —preguntó la niña—. ¿Acaso la gente de allí no tiene cura y por eso nos pide prestado el nuestro?

—No seas boba —respondió la vieja—. Allí tienen curas de sobra y las iglesias más hermosas, y hasta también un ermitaño, cosa que no tenemos nosotros. Pero allí está una señora muy distinguida que vivió mucho tiempo aquí, en Sorrento, y estuvo muy enferma, de modo que el señor cura tuvo que ir muchas veces hasta su casa con el Santísimo, cada vez que creían que no pasaría la noche. Bueno, la Santísima Virgen le dio su amparo de modo que volvió a sanar y a sentirse fuerte y hasta pudo bañarse en el mar todos los días. Cuando se marchó de aquí para ir a Capri, dio una bonita suma



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