Gozo by Azahara Alonso

Gozo by Azahara Alonso

autor:Azahara Alonso [Alonso, Azahara]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Ensayo, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 2023-01-24T00:00:00+00:00


PARECERÉ MATERIALISTA, pero hay que reconocer que los objetos importan: ganan espacio al aire y también a la memoria. La fabrican. Por eso no está de más defender una ruptura del tópico de la virtud minimalista: si atesoramos pequeños trastos es porque en ellos brilla el recuerdo. Ha insistido en ello con la belleza habitual Chantal Maillard, que recoge en uno de sus libros un acto de ineludible generación de la memoria material: «Mientras contemplaba las hojas del hayedo transparentándose en la luz, me sorprendí revisando imágenes pasadas, haciendo comparaciones y lamentándome. Jugueteé un instante con una vaina seca de hayuco que luego me guardé en el bolsillo. Guardarse algo como recuerdo: signo o conjuro que prolonga el instante en su representación, a sabiendas de que nada permanece y que es de sabios saborear lo que acontece sin lamentarse por lo que va pasando y queda atrás». Podría ser esta una manera de justificar el cuestionable arte del souvenir. Alguien viaja y vuelve a casa con varios recuerdos tangibles de aquel sitio al que probablemente no volverá. Trae un testigo, entrega un relevo para que vaya el siguiente. Pero, ya puestos a reconocer, habría que decir también que los mejores objetos de recuerdo no se consiguen en viajes de recreo. Al contrario, esta vida que obliga al tránsito nos abre la posibilidad de la extranjería relativa. Habitamos intermitentemente con la habilidad de quien mantiene algunos secretos, pero también con una mirada un poco perpleja. Es de esa combinación de aspecto cotidiano de donde nace el verdadero objeto mágico.

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En 1919, a Marcel Duchamp y al coleccionista de arte Walter Conrad Arensberg los unía un contrato por el que, a cambio de un sueldo mensual pagado por el segundo, este era dueño de toda obra que el artista crease. Preocupado entonces por la sequía creativa de su amigo, que dedicaba casi todo su tiempo a jugar al ajedrez, se encargó de organizarle un viaje a París. Le animó a estar un tiempo en su Francia natal para empaparse del inspirador aire parisino y volver a Nueva York con talento renovado y ganas de trabajarlo. Pero en París, Duchamp siguió jugando al ajedrez con antiguos amigos y ejercitando la ironía. Pasó después las navidades en Ruan, con su familia, y partió dos días más tarde a El Havre para embarcar en el Touraine, barco que zarparía la noche del 27 de diciembre de aquel año. Antes de volver a Nueva York, Duchamp no se olvidó de Arensberg ni de su esposa, Louise, y decidió llevarles un recuerdo del viaje que le habían costeado. Se dirigió a una farmacia. Por entonces era común vender en ellas jarabes y sueros envasados en ampollas de vidrio selladas, con cuellos originales y curvados. Duchamp pidió al boticario que rompiera el sello de una ampolla campaniforme bastante grande (de unos catorce centímetros de altura), dejara que se perdiera el líquido y la sellara de nuevo, con el aire dentro de sí. Aquel fue el recuerdo de Francia que ideó, no sin algo de cinismo, para sus benefactores.



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