Gemagrís by Víctor Conde

Gemagrís by Víctor Conde

autor:Víctor Conde [Víctor Conde]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: F
editor: SAGA Egmont
publicado: 2021-04-19T00:00:00+00:00


Al mismo tiempo, Alestes estaba penetrando en las angostas quebradas de Sombraespina, y encontró un tributario del Rhun. Por casualidad, unos mesteños cruzaban el turbulento río con una manada de ganado a través del vado amplio y poco profundo. Ninguno de aquellos vaqueros se sorprendió ante la presencia del ejército que de repente se les había metido delante, ni pensó por un momento en reducir la marcha. Con disgusto, Alestes se vio obligado a detener el avance de sus tropas hasta que el medio millar de cabezas de ganado vadeó el río.

Esa era una de las circunstancias más extrañas de aquella igualmente extraña guerra. Muchos pueblos no sabían de qué iba el conflicto ni les importaba, con tal de que ninguna de las facciones se interpusiera entre ellos y los beneficios de la ganadería trashumante. La mayoría de los mesteños, de hecho, no habían visto nunca a su rey, ni sabían quién era.

Alestes lo entendía: solo unos cuantos privilegiados de entre la plebe podían llegar a ver a los monarcas, aunque fuera de lejos, una o dos veces en toda su vida. Y cuando lo hacían, era al asistir como público a alguna ceremonia religiosa —en la que el rey solía llevar capucha—, o militar —donde la capucha se sustituía por un más que conveniente yelmo—. La otra forma que el pueblo tenía de saber cuál era el rostro de sus soberanos era a través del dorso de las monedas o por los cuadros, pero estos normalmente no se separaban de los muros de casas consistoriales o de catedrales importantes, por lo que la posibilidad de disfrutarlos seguía siendo minúscula.

Cuando los jinetes que guiaban el rebaño pasaron cerca, Alestes les hizo una señal para que se acercaran. El que parecía su jefe, un hombre de cara huesuda con ojos de orate, le miró sin mostrar desprecio... pero tampoco respeto.

—Salud, buen hombre —se adelantó Alestes.

Los vaqueros hicieron una breve reverencia.

—Mi señor.

—Voy a necesitar leche recién ordeñada, en gran cantidad. Y carne —expuso el druida, con calma pero con firmeza—. Mis hombres llevan comiendo raciones de viaje demasiados días.

El vaquero hizo un gesto de incomodidad.

—La leche y la carne son bienes preciosos en estos tiempos.

—Lo sé, y os lo pagaré todo a precio de mercado mayor. Será como si hubieseis hecho negocio en una metrópoli en lugar de en los mercados rurales. ¿Os parece bien?

—¿Su excelencia no quiere ni siquiera discutir el precio?

Alestes desdeñó el tema con un gesto.

—No hay tiempo. Puedes redondear al alza.

El vaquero suspiró.

—Tardaremos un tiempo en ordeñar a las bestias. Y me gustaría reservarme el derecho de elegir las que se van a sacrificar.

—No, las elegiremos nosotros. Pero puedes tomarte el tiempo que sea necesario hasta que mis tropas se hayan saciado. Luego, te pagaré lo convenido.

El hombre asintió, resignado, e impartió unas órdenes a sus ayudantes. Como todos compartían el mismo trazo de nariz y orejas, Alestes dedujo que debían ser familia.

Mientras los vaqueros y los intendentes del ejército se ponían manos a la obra, Alestes se acercó a Dagret y le ordenó que reuniera cinco hombres.



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