Furia azteca by Gary Jennings & Robert Gleason & Junius Podrug

Furia azteca by Gary Jennings & Robert Gleason & Junius Podrug

autor:Gary Jennings & Robert Gleason & Junius Podrug [Jennings, Gary & Gleason, Robert & Podrug, Junius]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2006-01-01T00:00:00+00:00


CINCUENTA Y CINCO

Andalucía, diciembre de 1808

En la áspera región montañosa de Sierra Nevada en Andalucía, en el sur de España, un sacerdote hizo una pausa en la carretera para rezar. Delante de él, de una rama baja los franceses habían ahorcado a toda una familia —un hombre, una mujer y sus dos hijos adolescentes— en represalia por la muerte de un correo. Pero las tropas de Napoleón no habían ahorcado a la familia porque hubiesen atacado al mensajero, sino porque estaban allí…, a mano. Las fuerzas francesas tomaban represalias contra tales objetivos de conveniencia con una crueldad rutinaria.

Siete meses después del 2 de mayo, la batalla por España se había convertido en una guerra salvaje, con muertes y represalias por parte de ambos bandos a la orden del día. En Pamplona, los franceses habían fusilado sumariamente a tres patriotas españoles a los que habían descubierto fabricando armas en secreto en una iglesia, y colgado sus cuerpos donde los habitantes de la ciudad pudiesen verlos. A la mañana siguiente, el comandante francés había encontrado a tres de sus hombres colgados con un cartel donde le informaban: «Cuelgas a los nuestros; colgamos a los tuyos».

Dispuesto a no verse superado, el comandante ahorcó entonces a quince sacerdotes.

Y así seguía: la guerra a cuchillo.

Después de rezar por la familia, el sacerdote continuó su viaje. No descolgó los cadáveres para enterrarlos, porque los franceses habrían encontrado a otra familia para reemplazarlos en el árbol si lo hubiese hecho.

Unas pocas horas más tarde se reunió con un grupo guerrillero oculto en unos peñascos sobre un paso de montaña. Los hombres y las mujeres que lo esperaban eran gente común: campesinos, pequeños agricultores y empleados. Ahora eran una unidad militar, una fuerza irregular que ningún oficial educado en una escuela militar hubiese aceptado.

Casi a finales de 1808, muchas cosas habían ocurrido en los meses siguientes al alzamiento del 2 de mayo en Madrid. Napoleón había nombrado a su hermano, José Bonaparte, rey, pero José había huido pocas semanas después de que el ejército francés sufrió derrotas en el campo de batalla y los asedios de un extremo a otro de España. En Cataluña, Andalucía, Navarra, Valencia, Aragón, Castilla, León y en todas las demás regiones, las fuerzas españolas habían derrotado a los franceses, forzándolos a ocultarse detrás de las murallas de las fortalezas o a huir de regreso a Francia. Ambos bandos habían perpetrado horrores, pero los franceses eran los invasores que ensangrentaban el suelo de la patria, aliados con aquellos que la habían traicionado.

Con el nombre de partidas, guerrillas, somatenes y corsarios terrestres, los españoles libraban una guerra a muerte con los ejércitos napoleónicos. Superados en número y armamento por las tropas enemigas bien equipadas, las guerrillas evitaban el combate abierto. En cambio, se ocultaban detrás de las rocas, se escondían en las cañadas y esperaban al acecho, ocultos entre la vegetación. Practicaban la emboscada, el asesinato, el sabotaje, el golpe de mano. Cuando el enemigo menos lo esperaba, aniquilaban pequeñas unidades o infligían graves daños en golpes de mano contra las más numerosas.



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