Frankenstein, o el moderno Prometeo by Mary Shelley

Frankenstein, o el moderno Prometeo by Mary Shelley

autor:Mary Shelley [Shelley, Mary]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Terror
editor: ePubLibre
publicado: 1818-01-01T05:00:00+00:00


Capítulo XI

Apenas recuerdo los primeros momentos de mi vida; todos los acontecimientos de ese período me resultan confusos e indistintos. Una extraña multitud de sensaciones se apoderó de mí: veía, tocaba, oía y olía al mismo tiempo; y tardé mucho, efectivamente, en aprender a diferenciar las funciones de mis distintos sentidos. Recuerdo que una luz me iba oprimiendo cada vez más los nervios, hasta que me vi obligado a cerrar los ojos. Entonces me envolvió la oscuridad y me turbó; pero apenas había experimentado esto, abrí los ojos, supongo yo ahora, y me inundó la luz otra vez. Creo que caminé y descendí; pero poco después tuve conciencia de un gran cambio en mis sensaciones. Antes, me habían rodeado cuerpos oscuros y opacos, insensibles al tacto y la vista; pero ahora descubrí que podía moverme en libertad, sin que hubiese obstáculos que no pudiese superar o evitar. La luz se hizo cada vez más opresiva; y como el calor me fatigaba al caminar, busqué un sitio en sombra donde poder cobijarme. Lo encontré en el bosque próximo a Ingolstadt; me tumbé junto a un arroyo, a descansar mi fatiga, hasta que me sentí acuciado por el hambre y la sed. Esto me despertó del estado casi letárgico en que estaba, y comí algunas bayas que colgaban de los árboles o yacían en el suelo. Apagué la sed en el arroyo; me eché después, y el sueño me venció.

Era de noche cuando desperté; tenía frío, y medio me asusté instintivamente, por así decir, al verme tan solo. Antes de abandonar tu aposento, impulsado por una sensación de frío, me había cubierto con algunas ropas; pero eran insuficientes para protegerme del rocío de la noche. Me sentía pobre, desamparado, miserable, desdichado; no sabía ni podía distinguir nada; pero un sentimiento de dolor me invadió por completo; me senté y lloré.

Al poco tiempo, surgió en los cielos una luz que me produjo una sensación placentera. Me levanté de un salto y vi una forma radiante que se elevaba entre los árboles. Me quedé mirándola con una especie de asombro. Se desplazaba lentamente, pero iluminaba el camino; y salí de nuevo en busca de bayas. Aún tenía frío, cuando debajo de un árbol encontré una capa enorme con la que me cubrí, y me senté en el suelo. En mi mente no había una sola idea clara; todo era confuso. Sentía la luz y el hambre y la sed y la oscuridad; en mis oídos sonaban innumerables ruidos, y de todas partes me llegaban olores distintos; el único objeto que podía distinguir era una luna esplendorosa, y en ella fijaba los ojos con placer.

Transcurrieron varios cambios de días y noches, y el orbe nocturno había menguado ya mucho, cuando empecé a diferenciar unas sensaciones de otras. Poco a poco, fui distinguiendo con claridad la corriente cristalina que me proporcionaba bebida y los árboles que me protegían con su follaje. Me encantó descubrir que un sonido agradable, que a menudo recreaba mis oídos, provenía de la garganta de los pequeños animalillos alados que con frecuencia interceptaban la luz de mis ojos.



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