Flores bajo la lluvia by Rosamunde Pilcher

Flores bajo la lluvia by Rosamunde Pilcher

autor:Rosamunde Pilcher [Rosamunde Pilcher]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9788466341806
editor: Penguin Random House Grupo Editorial España
publicado: 2017-04-23T00:00:00+00:00


Transcurrió noviembre y llegó diciembre. El jardín estaba gris y desolado bajo los oscuros cielos invernales. Abigail abandonó el jardín y entró en casa para escribir las primeras tarjetas navideñas, bordar tapices y ver la tele. Conoció la soledad por primera vez desde la muerte de su padre. Se dijo que al año próximo cumpliría cuarenta y un años. Que el año siguiente sería una mujer decidida y competente. Debía encontrar trabajo, hacer nuevas amistades, invitar a amigos a cenar. Nadie salvo ella podía hacer esas cosas y, aunque lo sabía, de momento apenas tenía valor para caminar hasta el pueblo. Ciertamente carecía de energías para emprender el viaje a Londres. La tarjeta de Geoffrey Arland seguía donde la había puesto, encajada en el marco del cuadro de Tammy. Empezaba a cubrirse de polvo, las esquinas se doblaban y supo que muy pronto la arrojaría al fuego.

Su depresivo estado de ánimo resultó ser el comienzo de un fuerte resfriado y se vio obligada a guardar cama durante un par de melancólicos días. La tercera mañana despertó tarde. Supo que era tarde porque desde la planta baja le llegó el sonido de la aspiradora, lo que significaba que la señora Brewer había entrado con su llave y puesto manos a la obra. Al otro lado de la ventana el cielo se inundaba de luz y pasaba del gris tempranero a un azul invernal pálido y prístino. Las horas se extendían ante ella como un abismo insondable. La señora Brewer apagó la aspiradora y Abigail oyó los trinos de un pájaro.

¿Un pájaro? Aguzó el oído. No se trataba de un pájaro, sino de alguien que silbaba Eine Kleine Nachtmusik, de Mozart. Abigail se levantó de un brinco, corrió a la ventana y apartó las cortinas con las dos manos. A sus pies, en el jardín, divisó una figura conocida: el gorro con la borla roja, el largo jersey verde, las botas. Tammy llevaba la pala sobre el hombro, se dirigía al huerto y sus pisadas dejaban huellas en el césped escarchado. A pesar de que sólo llevaba el camisón, Abigail abrió la ventana de guillotina.

—¡Tammy!

El hombre se detuvo, se dio la vuelta y alzó la cara hacia ella. Sonrió.

—Hola.

Abigail se abrigó con lo primero que encontró, bajó corriendo la escalera y salió. Tammy la esperaba en la puerta trasera y sonreía con humildad.

—Tammy, ¿qué hace aquí?

—He vuelto.

—¿Habéis vuelto todos, Poppy y los niños también?

—No, siguen en Leeds. Me dedico de nuevo a la enseñanza. Como la escuela está de vacaciones, he venido solo. Estoy en la casita de la cantera. —Abigail lo miró desconcertada—. He vuelto para pagar con mi trabajo las cincuenta libras que le debo.

—No me debe nada. Le compré el cuadro y pienso quedármelo.

—Me alegro, pero de todos modos quiero saldar mi deuda—. El pintor se rascó la nuca—. Creyó que me había olvidado, ¿eh? ¿Pensó que me había largado con su dinero? Lamento haberme ido como me fui, sin decirle nada. El pequeño empeoró, cogió la gripe y Poppy temía que se convirtiese en neumonía.



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