Falsa identidad by Pablo Poveda

Falsa identidad by Pablo Poveda

autor:Pablo Poveda [Poveda, Pablo]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2019-04-30T16:00:00+00:00


* * *

Una vez más, tomó las escaleras tras asegurarse de que no la seguían.

Bajando, escuchó la voz de dos hombres interrogando a varios de los huéspedes. Pronto llegarían al restaurante, así que se dio prisa por desaparecer de allí. Poco antes de alcanzar el vestíbulo, divisó el escenario para escaquearse sin ser observada.

Los agentes de paisano seguían con su interrogatorio en la recepción. Un grupo de la Policía Científica entraba en el ascensor para tomar nuevas pruebas de la escena del crimen. Se vio asfixiada por la situación. Tenía que abandonar aquel hotel como fuera o, mejor dicho, como pudiera, sin activar las alarmas.

Bajando la vista, se dirigió hacia la puerta principal, evitando el contacto visual con los hombres que merodeaban por el vestíbulo, que en su mayoría eran agentes. Sin mentar palabra, pasó por detrás de una pareja que hablaba sin notar su presencia, hasta que el halo de perfume despertó la atención de uno de ellos.

Apresurada, Dana caminó en línea recta hacia la entrada.

Estaba cerca, tenía el corazón a punto de estallar pero, sabía que en cuanto llegara a la Gran Vía, se subiría al primer taxi que pasara. Entre tanta multitud, sería imposible encontrarla.

La capacidad de reacción del agente fue lo suficientemente rápida como para girarse a tiempo.

—¿Y esa mujer? —preguntó. Dana notó cómo se unía una tercera voz—. ¿De dónde ha salido?

—¡Oiga! ¡Alto, señora!

Pero la agente no contestó.

El aire de la calle la revitalizó. La adrenalina se apoderó de ella.

Hubiera sido fácil identificarse y decir que no tenía nada que ocultar, pero eso habría echado por tierra su promesa y roto el pacto que tenía con Escudero. Sabía que estaba a punto de cometer una negligencia, un error que pasaría factura, tarde o temprano pero, como agente, su deber era el de no existir, al menos, para una gran proporción de la población.

Antes de que los hombres cruzaran el umbral que separaba el hotel de la calle, Dana echó a correr a contracorriente, en dirección a la plaza de Callao, tropezándose con las hordas de gente que iban en sentido contrario. Dos agentes salieron tras ella. La confusión provocó que los transeúntes se asustaran. Los gritos de los más sensibles provocaban círculos vacíos, como la onda expansiva de una gota de agua en una charca tranquila.

—¡Alto, Policía! —gritó uno de los agentes, totalmente desorientado, cuando llegó a la boca de metro. Para entonces, Dana caminaba a paso ligero bajo sus gafas de sol, camuflada entre los cuerpos que atravesaban la calle de Preciados y con destino a la Puerta del Sol, por donde desaparecería sin armar más revuelo.

Los agentes de paisano continuaron cuesta abajo, separándose por las paralelas que llegaban a la famosa plaza central.

Creyendo haberse salido con la suya, llegó a uno de los cruces, más relajada, hasta que logró reconocer al mismo hombre que había estado interrogando a la recepcionista en el hotel. Sospechó que, probablemente, su compañero siguiera sus pasos por la paralela, para terminar encontrándose donde desembocaba el resto de las calles.



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