Fablehaven by Brandon Mull

Fablehaven by Brandon Mull

autor:Brandon Mull
La lengua: spa
Format: epub, mobi
publicado: 2006-01-01T05:00:00+00:00


Capítulo 11. Panorama después de la batalla

Kendra supo que la cosa había ido mal en el momento mismo en que abrió la puerta. Las paredes de la escalera del desván estaban cubiertas de surcos de forma desigual: en la parte superior había pintarrajeados unos burdos pictogramas, así como gran cantidad de muescas y arañazos no tan nítidos como aquéllos, y en la base de las escaleras se veía una sustancia parda y reseca pringada por la pared. —Voy a coger sal —dijo Seth.

Volvió al círculo que rodeaba la cama y se llenó manos y bolsillos con la misma sal que había abrasado al intruso la noche anterior.

Cuando Seth se reunió de nuevo con Kendra, ella empezó a bajar las escaleras. El crujir de los peldaños resonó por toda la casa, sumida en el silencio. El pasillo del final de la escalera se encontraba en peor estado que ésta. También aquí las paredes habían sido destrozadas salvajemente por unas garras. La puerta del cuarto de baño había sido arrancada de las bisagras y presentaba tres agujeros de diferentes tamaños, con el filo hecho astillas. La alfombra tenía zonas chamuscadas y otras manchadas.

Kendra avanzó por el pasillo, desolada ante el panorama tras la violenta noche. Un espejo hecho añicos. Un aplique roto. Una mesa reducida a astillas para el fuego. Y al final del pasillo un rectángulo boqueante por ventana.

—Parece como si hubieran dejado entrar a otras criaturas —dijo Kendra, señalando el final del pasillo.

Seth estaba examinando unos pelos chamuscados que había en una mancha húmeda en el suelo.

—¿Abuelo? —gritó—. ¿Hay alguien?

El silencio no hacía presagiar nada bueno.

Kendra bajó las escaleras que llevaban al vestíbulo. Faltaban trozos de barandilla. La puerta de la entrada colgaba de lado, con una flecha clavada en el marco. Unas pinturas primitivas afeaban las paredes, algunas marcadas en el yeso, otras garabateadas.

Como en trance, Kendra recorrió las estancias inferiores de la casa. Estaba todo completamente destrozado. Casi todas las ventanas habían sido destruidas. Las puertas, abolladas, aparecían tiradas en el suelo a distancia de su marco original. Los muebles, mutilados, sangraban su relleno sobre una alfombra echada a perder. Las colgaduras, rasgadas, pendían convertidas en jirones. Los candelabros estaban por el suelo, destrozados. Y a un sofá, quemado, le habían arrancado la mitad.

Kendra salió al porche de atrás. Las campanillas móviles estaban tiradas en el suelo, completamente enmarañadas. Los muebles aparecían repartidos por todo el jardín. Encima de una fuente se veía, haciendo equilibrios, una mecedora rota. Y de entre un seto asomaba un sillón de mimbre.

De vuelta en la casa, Kendra encontró a Seth en el despacho del abuelo. Era como si hubiese caído un yunque encima del escritorio. El suelo estaba cubierto de añicos de objetos de interés.

—Está todo destrozado —dijo Seth.

—Es como si hubiese entrado aquí un equipo de demoliciones pertrechado con mazos.

—O con granadas de mano. —Seth indicó un punto de la pared en el que parecía que hubiesen derramado brea—. ¿Eso de ahí es sangre?

—Parece demasiado oscura para ser humana.

Seth se abrió paso con cuidado alrededor de la mesa hecha astillas para acercarse a la ventana.



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