Extinción by Aaron Demski-Bowden

Extinción by Aaron Demski-Bowden

autor:Aaron Demski-Bowden [Demski-Bowden, Aaron]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Ciencia ficción
editor: ePubLibre
publicado: 2012-09-01T00:00:00+00:00


EZEKYLE el Sin Hermanos,

un peregrino en el infierno.

Se encontraba al borde de un risco que se elevaba imposiblemente a lo alto en un cielo del color de la locura y las migrañas, y miró abajo a los ejércitos que hacían la guerra. Hormigas. Insectos. Una cruzada de almas del tamaño de granos de arena, medio perdidos en el polvo levantado por el martilleo de tantos miles de botas y orugas de tanques.

Su armadura es una panoplia de retazos de ceramita recuperada, reparada incontables veces después de incontables batallas. La armadura que llevó en la rebelión lleva mucho tiempo abandonada, dejada para pudrirse en la nave de guerra que exilió en el éter. Sus armas de esa guerra también se han ido: su espada rota hace años en alguna escaramuza sin nombre y la garra que le robó a su padre dejada en la última fortaleza de la Legión, el bastión conocido para los Hijos de Horus como Monumento. Se preguntó si habrían dejado el arma expuesta con los restos en estasis del Señor de la Guerra, o si se habrían entregado a sus apetitos delirantes y enfrentado para tener el derecho de ser su portador.

Hubo un tiempo en el que él habría estado abajo con ellos, haciendo la guerra en la vanguardia, manteniendo un torrente continuo de órdenes y escuchando el flujo de informes de posición, todo mientras mataba con alegría en sus ojos y una sonrisa en sus labios.

Desde esta distancia, no podía discernir que compañías estaban en batalla o si uno de los bandos mantenía algo de las estructuras de las viejas Legiones. Incluso una mirada superficial a través de las nubes de polvo basta para traicionar la verdad más obvia: los Hijos de Horus están perdiendo de nuevo, contra una horda enemiga que les supera enormemente. La destreza individual y el heroísmo no significan nada ahí abajo. Una batalla puede romperse en diez mil duelos entre almas solitarias, pero no es así como se ganan las guerras.

El viento, siempre un compañero traicionero en este reino, porta infrecuentes retazos de voces y gritos del valle por debajo. Permite que el sonido le bañe sin culpa, como indiferente a los gritos mientras el viento arrastra su pelo largo y suelto.

Ezekyle se agacha, recogiendo un puñado de la arena roja que sirve de tierra inerte a este mundo. Sus ojos nunca se alejan de la batalla y el instinto le empuja a pesar de que no tiene poder sobre quien vive y quien muere.

Muy por debajo de él, las cañoneras se pavonean y graznan sobre el campo de batalla, añadiendo su desprecio incendiario al polvoriento frenesí. Los Titanes —a esta distancia no más grandes que sus uñas— avanzan a través del humo y su armamento dispara con tanto brillo como para provocar finos borrones a través de sus retinas, cada uno un pedazo de luz afilada.

Sonríe, pero no por la batalla. ¿Qué planeta es este? Se da cuenta de que ni siquiera lo sabe. Su peregrinaje lo lleva de un



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