Era tan oscuro el monte by Natalia Rodríguez Simón

Era tan oscuro el monte by Natalia Rodríguez Simón

autor:Natalia Rodríguez Simón [Marcelo Osvaldo Carnero]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Narrativa Argentina Contemporánea, Novela
ISBN: 9789873731594
editor: mardulce
publicado: 2020-07-07T04:00:00+00:00


18

No sabe ni qué día es. Tiene el corazón en galope, como si se hubiera bailado veinte cumbias, como si se hubiera zambullido recién en la gorda. Qué ganas, un ratito nomás. Qué ganas de no estar donde está. ¿Cuánto tiempo pasó desde que empezaste a correr?

Llegó así al bar, diciéndose. ¿Qué hiciste? ¿Qué hiciste, negro torpe, negro inútil? ¿Qué vas a hacer con lo que hiciste? Mete las manos en los bolsillos. ¿En qué momento te quedaste sin un peso? Tendrías que haber ido a la casa, hablar con tu mujercita y sacarle la caja del día y después venirte al bar, así mejor. Pero decidiste que no podías volver así, con el olor del muerto encima, que ibas a necesitar unos tragos, un poco de combustible, y quién dice después un poco de amor. Y entonces sí rajar del todo. Agarrar la mujer y el crío y correr de nuevo.

Ahora, un par de botellas más tarde, se le potencian el trajín del día en el cuerpo, el muerto en la cabeza, en la nuca. Se acoda en la barra.

Amigo, una más, le dice al que atiende la caja.

El hombre se niega, pero no dice nada. Él no entiende. Mira los restos de los vasos que descansan sobre la barra, las colillas de cigarros desparramadas como cadáveres alrededor del cenicero. Ve que el hombre llama al mesero con los ojos; él lo conoce, lo ha visto allí más de una vez. El mesero, negro y grandote, se acerca y pasa un trapo por toda la mugre. Le toca el hombro.

Tenés que irte, le dice.

Pero por qué, amigo, por qué, si no he hecho nada, amigo.

Algo dice el mozo, algo repite pero él no entiende. Sigue con esa mano pesada en su hombro, y quiere levantarse pero siente que lo empuja hacia abajo, hacia el taburete, siente que le pesan las horas, el hombre muerto, que el ruido a vidrio del bar lo amedrenta.

Entonces escucha el chirrido de la puerta. Se abre y entran los otros.

¿Por qué no me da una botella más, amigo, si no he hecho nada, amigo? No entiende, no entiende los ruidos ni las palabras ni las miradas.

Quisieras que Alonso estuviera allí sentado también, que siempre se hizo entender mejor, que siempre se lo escucha y los otros le hacen caso. Quisieras volver atrás, todo atrás, y hacer las cosas bien esta vez. No tener que salir corriendo, agarrar la mujer y salir corriendo, como siempre has hecho. Quisieras poder quedarte como estás ahora en la barra, el tiempo congelado y otra botella.

El mesero saca su mano del hombro y la espalda se le vuelve a acomodar. Se acercan los otros hombres, se le paran detrás, uno se sienta a su lado. Oye que le pide una botella al de la caja, para el amigo, le dice. Él agradece, pero no confía: nadie da de beber gratis, porque sí.

Empieza a entender cuando puede girar el cuello hacia la izquierda, que le cuesta y le duele y le pesa como si tuviese otra mano haciéndole presión.



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