Ensayos (ed. Gonzalo Torné) by Michel de Montaigne

Ensayos (ed. Gonzalo Torné) by Michel de Montaigne

autor:Michel de Montaigne [de Montaigne, Michel]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Filosofía
editor: ePubLibre
publicado: 1580-01-01T00:00:00+00:00


CAPÍTULO XII

DE LA FISONOMÍA

Casi todas nuestras opiniones las adoptamos por autoridad y al fiado: en ello no hay ningún mal, pues no podríamos escoger peor camino que el de dilucidar por nuestra propia cuenta en un siglo tan enteco. La imagen de los discursos de Sócrates, que sus amigos nos dejaron, la acogemos a causa de la reverente aprobación pública, no en virtud de nuestro conocimiento; las razones socráticas se apartan de nuestro uso. Si viniera hoy al mundo algo parecido, habría pocos hombres que lo apreciasen. Solo advertimos las gracias del espíritu cuando son puntiagudas, o están hinchadas o infladas de artificio: las que corren bajo la ingenuidad o la sencillez escapan fácilmente a una vista grosera como la nuestra, por poseer una belleza delicada y oculta: se precisa una mirada límpida y bien purgada para descubrir ese secreto resplandor. ¿No es la ingenuidad, a nuestro entender, hermana de la simpleza y una cualidad censurable? Sócrates agita su alma con movimiento natural y común; así se expresa un campesino, así habla una mujer; jamás de su boca salen otros nombres que los de cocheros, carpinteros, remendones y albañiles: todos sus símiles e inducciones están sacados de las más vulgares y conocidas acciones de los hombres; todos le entienden. Bajo una forma vil, nunca hubiéramos entresacado las noblezas y esplendor de sus admirables concepciones, nosotros que consideramos chabacanas y bajas todas aquellas que la doctrina no encarama, y que no advertimos la riqueza sino cuando la rodean la pompa y el aparato. A la ostentación sola está habituado nuestro mundo: de viento solo se inflan los hombres y a saltos se manejan, como las pelotas de goma huecas. Sócrates no encaminó sus miras hacia las fantasías vanas; su fin fue proveernos de preceptos y máximas, que real y conjuntamente sirviesen para el gobierno de nuestra vida;

Observar una regla de conducta, perseverar hacia un fin, seguir la naturaleza.[339]

Fue también siempre uno e idéntico, y se elevó no por arranques y arrebatos, sino por peculiar complexión al postrer extremo de fortaleza; o, mejor dicho, no se elevó nada, hizo más bien descender, conduciéndolas a su punto original y natural, las asperezas y dificultades, y las sometió su vigor; pues en Catón se ve bien a las claras una actitud rígida, muy por encima de las ordinarias. En las valientes empresas de su vida y en su muerte, siempre se le ve montado en zancos. Sócrates toca la tierra, y con paso común y blando trata los más útiles discursos, conduciéndose, así en la hora de su fin como en las más espinosas dificultades que puedan imaginarse, con el andar propio de la vida humana.

Sucedió, por fortuna, que el hombre más digno de ser conocido y de ser presentado al mundo como ejemplo es aquel de quien tengamos conocimiento más cierto: su existencia fue aclarada por los hombres más clarividentes que jamás hayan sido, y los testimonios que de él llegaron a nosotros son admirables tanto en fidelidad como en capacidad. Admirable cosa



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