En tierras lejanas by Santa Montefiore

En tierras lejanas by Santa Montefiore

autor:Santa Montefiore [Montefiore, Santa]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 2021-07-08T00:00:00+00:00


* * *

Una ráfaga de viento recorrió el pasillo y entró en la biblioteca cuando la puerta principal se abrió de golpe y se cerró con un portazo. Margot miró a la señora Brogan y frunció el ceño. Pero la señora Brogan sabía de quién se trataba y no se sorprendió en absoluto cuando Colm entró con paso decidido en la habitación un momento después.

—¿Qué ha pasado? —preguntó.

La señora Brogan se apartó para dejarle pasar.

—Se ha desmayado —dijo Margot.

Colm se arrodilló junto a su padre y le tomó el pulso. Sacudió la cabeza y suspiró. No expresó su decepción con palabras, pero la expresión de su rostro cansado dejaba claro que se sentía muy afectado.

—Veamos si podemos llevarlo arriba y acostarlo —dijo.

—¿Ha sucedido esto antes? —preguntó Margot.

—No que yo sepa —respondió Colm.

—Así no —añadió la señora Brogan en voz queda—. Nunca lo había visto tan consternado. Es como si de repente hubiera perdido la voluntad.

Colm sabía lo que le había hecho beber. Le dirigió a la señora Brogan una mirada cómplice. Ella le devolvió la sonrisa con comprensión y compasión; una sonrisa que contenía todo el amor y la lealtad que había sentido por él desde su infancia. Una sonrisa que, mientras el caos del matrimonio de sus padres le arrebataba todo lo demás en su vida, había permanecido constante.

—¿Te sientes con fuerzas, Margot?

—Lo intentaré —respondió ella.

Se pasaron los brazos de JP sobre sus hombros y medio arrastraron, medio cargaron con él por las escaleras. Si bien se despertó a causa del movimiento, la bebida le había nublado la cabeza. Intentó hablar, pero arrastraba las palabras y resultaban incoherentes. Al menos intentó caminar, lo que fue de ayuda mientras Colm y Margot se esforzaban por llevarlo a su dormitorio.

Una vez tumbado en la cama, Margot dejó a la señora Brogan y a Colm para que le quitaran la ropa sucia y lo metieran bajo las sábanas. Fue al piso de abajo y comenzó a ordenar la biblioteca. Una sensación de malestar se agitaba en la boca de su estómago, como un charco de alquitrán que hubiera empezado a burbujear. Parecía que siempre hubiera estado ahí, bajo un velo de negación, como un volcán dormido a la espera de que algo provocara una erupción. Una vez más, aquí estaba ella, tratando de salvar a alguien a quien probablemente no se podía salvar y haciendo suyos los problemas de otra persona.

Margot comenzó a llorar mientras volvía a colocar los libros en la estantería y los adornos en las mesas sin prisas. El fuego había quedado reducido a brasas que brillaban en la rejilla de manera reconfortante. Echó otro tronco y durante un rato observó mientras humeaba, crepitaba y al fin prendía. Allí la encontró Colm, contemplando con pena las llamas, luchando contra una horrible sensación de déjà vu.

—Gracias por venir, Margot —dijo, paseando la mirada por la habitación con una sensación de impotencia. ¿Cómo podía curar a alguien que estaba tan roto?

Margot se secó los ojos y se volvió hacia él.

—No está bien, ¿verdad? —dijo.



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