En ti está mi futuro by Corín Tellado

En ti está mi futuro by Corín Tellado

autor:Corín Tellado [Tellado, Corín]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 1980-01-01T00:00:00+00:00


VIII

Aguardó la reacción que esperaba.

Fue rápida.

¿Sugestión?

En cierto modo.

La droga era poca, casi nada.

En un organismo habituado como el de Roger poco podía hacer.

Pero psicológicamente, seguro que hacía mucho.

Después de inyectarle le vio como embebido en sus elucubraciones imaginarias.

¿Sinceras?

¿Verdaderas?

No, claro.

Pero, para los efectos, servía para engañarle.

¡Era tan fácil engañar a un hombre enfermo así!

Al menos por una hora.

La suficiente para ayudarle a levantarse, vestirse y que comiera.

Se retiró y se marchó a buscarle la ropa.

Él parecía un inválido, metido entre las ropas de la cama.

Sentía sofoco.

Ardor. Ansiedad.

Las fauces secas.

—Tu ropa —dijo Maud quedamente, apareciendo de nuevo.

Él la miró.

Ido.

Extraviado.

—¿Son para mí? —preguntó quedamente.

—Sí.

—Pero… ¿Son mías?

—Qué más da.

—Da —dijo fiero.

Ella se inclinó sobre él.

¿Si deseaba besarlo?

No sabía.

Pero le besó.

Así, suave, en la boca. Buscando sus labios y deslizando la lengua.

Hubo algo parecido a un espasmo breve, erótico.

Él se agitó.

Ella también.

Y después, al mirarse a los ojos, él susurró:

—¿Por qué?

—¿Qué dices? —preguntó Maud.

Y era femenina, tierna, cálida.

Él sintió una sacudida intensísima.

¿De qué índole?

No sabía.

Íntima, sí. ¿Sensual?

No, ¿cómo podía ser eso?

¿Cuánto tiempo hacía que él no sentía sacudidas ni deseos sexuales?

Apretó los labios contra los de ella.

Hubo algo parecido a un deseo íntimo, profundo.

Disipado después.

Ella lo entendía.

Él no.

Es que él solo deseaba su alimento morfinómano.

Lo demás ¿no era secundario?

Se separó de él y fue hacia la puerta.

La miró desde el borde de la cama con el delgado tórax desnudo.

—Esa es tu ropa —dijo ella quedamente—, póntela y después ven conmigo, pondré la mesa entretanto tú te vistes.

Se fue.

Embebida también.

¿Interrogante?

¿Qué buscaba?

Pues no lo sabía.

¿Encontrar al hombre?

No era tan fácil y, además, aunque lo fuera, costaba.

En ella, en él.

Todo era confuso.

Había una cosa cierta y es que Roger vivía engañado desde la madrugada anterior.

A medias en sus dosis.

¿Cuándo se daría cuenta?

Oyó sus pasos cuando ella ponía la mesa para los dos.

Le vio erguido, delgado, interrogante, confuso, sí, muy confuso.

—¿Cómo has dicho que te llamas? —le preguntó deteniéndose en el umbral del salón.

Ella le miró apenas.

—Maud.

—Dime, Maud, ¿qué estás haciendo conmigo?

—¿Que no lo sabes?

—No demasiado.

—¿Qué pretendes, Maud?

—Curarte, eso tan solo.

Ya sabía que no era fácil.

Pero estaba logrando que viviera falsamente a base de vitaminas y de engañosas drogas.

¿Hasta cuándo lograría contener so ira?

—Siéntate a comer —le dijo con ternura.

Él parecía impávido.

Como desolado.

Intranquilo.

Sumamente inquieto.

Ella, haciendo acopio de voluntad, le susurraba persuasiva:

—Siéntate, come… Después, si quieres, te inyecto de nuevo.

—¿Y qué me inyectas? ¿Qué pretendes conseguir de mí?

No lo sabía. O sí, sí lo sabía.

Curarle.

¿Cómo? Engañándole y después, cuando la necesidad fuera menor, hablarle.

Lo veía despistado.

Y es que ella, en su afán terapéutico, lograba desconcertarlo.

Lo veía ante sí, comiendo.

Sin ganas, pero comiendo, que era lo esencial.

Vestido con su pantalón de fina lana, su camisa, arremangada mostrando todos sus pinchazos.

—Tú no eres un hombre vulgar —decía ella entretanto comía y le obligaba, casi sin darse cuenta, a comer a él.

—¿Qué es la vulgaridad?

—No sé, eso.

—¿Cuál?

—El no entender una postura.

—¿Cuál?

—La tuya.

—¿Te refieres a la droga?

—A todo.

—No merece la pena.

—¿Qué cosa no merece la pena?

Y su voz era cálida.

Amable, ¿inofensiva?

Pues sí. Estaba usando su terapia.

No sabía hasta qué punto haría efecto.

Pero de algún modo lo haría.



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