EL VAGABUNDO DE LAS ESTRELLAS by Jack London

EL VAGABUNDO DE LAS ESTRELLAS by Jack London

autor:Jack London
La lengua: spa
Format: epub
editor: Nórdica Libros
publicado: 2013-05-16T00:00:00+00:00


—Este —continué, ya sin necesidad— nació en la casa de mi padre. Es hijo de una esclava de crianza nacida allí antes aún que mi padre. Estamos muy unidos. Somos de la misma edad, nacimos el mismo día, y ese mismo día mi padre me lo entregó.

Más tarde, cuando se lo conté, ansioso como estaba por saber todo lo que había dicho, me reprochó mi actitud y se enfureció de gran manera.

—Ahora ya está toda la carne en el asador, Hendrik —le dije—. Lo que he hecho ha sido una estupidez, pero tenía que decir algo. Hecho está, y ni tú ni yo podemos volver atrás. Debemos representar nuestros papeles y tratar de salvar el pellejo.

Taiwun, el hermano del emperador, era el más bebedor entre los bebedores de la corte, y en el transcurso de la noche me retó a beber. El emperador estaba encantado, y ordenó a otros doce de los bebedores más nobles del país que se uniesen a nosotros. Las mujeres se retiraron y comenzamos la competición, trago a trago, medida por medida. Le pedí a Kim que se quedase conmigo y, a mitad de la velada, a pesar de las miradas de advertencia de Hendrik Hamel, les ordené a él y al resto de la compañía que se retirasen, no sin antes solicitar para ellos alojamiento en palacio en lugar de la posada.

Al día siguiente circularon por el palacio los rumores de mi hazaña: había dejado a Taiwun y a todos sus campeones roncando sobre las alfombras, mientras yo fui caminando hasta mi cama sin necesidad de ayuda. Jamás, en los días que siguieron, dudó Taiwun de mi origen coreano. Solo un coreano, aseguraba, podía poseer una cabeza tan firme.

El palacio era una auténtica ciudad. Nosotros nos alojábamos en una suerte de residencia de verano que se hallaba algo más apartada y, por supuesto, yo ocupaba los recintos más suntuosos. Hamel, Maartens y el resto de marineros hubieron de contentarse con las otras dependencias.

Fui llamado ante Yunsan, el sacerdote budista que ya he mencionado anteriormente. Era la primera vez que nos veíamos. Hizo que todos, incluso Kim, se retirasen, y nos quedamos a solas, sentados sobre las gruesas alfombras de la sala en penumbra. ¡Señor, Señor, qué hombre, qué mente tenía Yunsan! Intentó sondear mi alma. Conocía otras tierras y lugares que nadie en Cho-Sen soñaba conocer. ¿Creyó él la historia de mi nacimiento? No puedo saberlo, pues su rostro se mostraba inmutable, como una estatua de bronce.

Lo que Yunsan pensaba solo él podía saberlo. Pero en él, sacerdote enjuto y de pobres ropajes, podía sentir el poder que dominaba el palacio y todo Cho-Sen. Sentí también, a lo largo de la conversación, que pretendía utilizarme para algún fin. Ahora bien, ¿tal vez dirigía lady Om sus designios? Informé a Hendrik Hamel para que meditara sobre aquello. Yo sabía poco y me importaba menos, pues siempre vivía el momento y dejaba que otros se las arreglaran con predicciones, penalidades y demás tribulaciones.

Respondí también a los llamados



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