El tango de Dien Bien Phu by David Castillo

El tango de Dien Bien Phu by David Castillo

autor:David Castillo [Castillo, David]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2020-01-01T00:00:00+00:00


* * *

Mi abuelo recelaba de todos, pero continuó fiel a una ética del perdedor, que encajaba de manera natural con su biografía. Ya no era, ni estaba dispuesto a ser, el hombre alborotado de su juventud, sino que el escepticismo se le había clavado dentro en la misma medida que Franco se había consolidado en el poder. Había engordado y caía bien a todo el mundo porque hablaba sin tapujos. «Hablar en plata como el que más», añadía. Había abandonado los prontos de los buenos tiempos, porque ya no creía en nada. Tampoco en la decepción, como se encargaba de repetir a los derrotistas de la funeraria republicana. Había tomado conciencia del tiempo que le había tocado vivir y de la incapacidad para transformarlo. Pero la aparición de Ribot había vuelto a abrir ese ataúd de la conciencia. A pesar de que no estaba dispuesto a tocar el violín ante los cambios políticos, volvía a interesarse por lo que algunos refunfuñaban en voz baja. Lo hacía solo con gente de confianza demostrada. Estaba cansado, harto… «Me importa una mierda», repetía a quien lo quería escuchar. No quería objetar nada, pero asumía de manera lapidaria que «la única vida real es la vida vivida».

Podía describir todas las desgracias como si tuviera un microscopio. Pero sin apasionarse como lo hacía Ribot. Con nitidez, el abuelo empezó a recuperar la memoria sobre los años aciagos de la guerra y «la maldita posguerra, peor que la guerra». Ese aire grave no era solo producto de los kilos, sino también de una actitud bien cimentada. Resolló hasta el día del infarto definitivo. Le costaba respirar. Cuando entraba en el comedor, se dejaba caer sobre la silla, hecha trizas de soportar su peso. Y toda la casa reflejaba la necesidad de calma, que mi abuela transformaba en un amor incondicional. Ya no le quedaban alternativas vitales ni excusas ideológicas, y no era de naturaleza quejica. En casa de los abuelos no cabía ni un sofá. Tampoco lo habrían aceptado, porque siempre había cosas que hacer y «ya tenemos suficientes holgazanes». Con la visita de Ribot, abrió la caja de los recuerdos y podía contar con detalle dónde vivían personajes que se volvieron familiares, como Jover, Durruti y Garcia Oliver, entre otros muchos. También Menero, a quien recordaba con afecto.



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