El sitio de nadie by Hilda Perera

El sitio de nadie by Hilda Perera

autor:Hilda Perera [Perera, Hilda]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 1972-01-01T00:00:00+00:00


* * *

Aquella noche a Mercedes no se le hubiera ocurrido. José Javier era tan sólo un hombre harto que se repudia a sí mismo. Daba lástima verlo mirándose las manos, sintiendo el fracaso en silencio, como la gente que no sabe poner en palabras lo que siente.

—¡Es que no tiene sentido! ¡No tiene sentido! —repetía, como si fuera otra culpa suya no encontrárselo.

Mercedes pensaba con qué forma de consolar lo auxiliaría. Nunca se proponía solucionar del todo —sabía ya que, por lo general, fuera de la muerte, no hay soluciones absolutas—, pero sí, al menos, diluir aquel desaliento espeso como una sombra. Podía escuchar callando: alivia tanto escuchar el sonido de la propia voz articulando las propias quejas… También podía ofrecerle futuros, aunque los supiera invisibles y quiméricos. Daba por descontado el otro bálsamo, el tiempo, porque no había tiempo para el hombre insomne y aturdido que se miraba las manos.

Provisionalmente, como alivio, debía ofrecerle un «esto hay que hacer». Un instante desvió los ojos y se mordió levemente el labio para pensar las palabras —que todas fueran discretas, sabias, precisas— y para someter a la prueba del sentido común las soluciones que esbozaba rápida. Tenía esta costumbre cauta: hacer breves borradores mentales de lo que iba a decir. Por eso era discreta.

—¡Pero si es tan ridículo, si no estoy en nada! Tengo, tengo que hacer algo por Marianito, ¿tú no comprendes? —insistía él.

Mercedes supo que no debía rebatirlo. Siempre es mejor dar pequeñas soluciones temporales. Cuestan menos esfuerzo, exigen menos.

—Mira, José Javier, ya son las doce. Hoy es difícil que puedas hacer nada. Quédate aquí al menos esta noche, y mañana con más calma, decides.

José Javier agradeció el mito de «tú decides», que le ofrecía Mercedes.

—Vamos, anda. Voy a prepararte algo que tomes, descansa, que buena falta te hace, y mañana veremos.

Él se dejó guiar por el pasillo en sombra.

En noche así, con un hombre a tal punto desconcertado, a nadie se le hubiera ocurrido. Si sucedió al día siguiente, fue por una dadivosa, casi samaritana razón de amor-ternura. (Por mucho que dijera el doctor Estévez que la vida emocional de las mujeres las dirige el útero).

Mercedes lo vio otra vez ante sí, como mil veces había querido olvidarlo: las manos pequeñas, de uñas inmaculadas, los ojos lejanos y miopes, la nariz lasciva, de aletillas móviles, los labios contraídos y delgados.

—Ahora pasa a este cuartico —le había dicho—, te quitas toda la ropa, te cubres con esta sábana y me avisas para pasar.

Ella cerró la puerta amarilla de cristales verdes. Sintió el olor antiséptico. Miró el gesto torturante y metálico de los fórceps, la mesa de reconocimiento. «¿No vendrá la enfermera?», pensó. Sintió frío y se cubrió con la sábana.

—Puede pasar, doctor.

—Vamos a ver —dijo él, palpándole los ganglios del cuello. Después, con la cabeza puesta sobre su pecho, oyó su corazón de pájaro preso. Olía a loción de afeitar: una excesiva mezcla de canela y menta.

—Acuéstate —ordenó.

Con rapidez tiró de la sábana y dejó al descubierto los senos blancos, pequeños, de pezón oscuro.



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.