El silencio de Lucía by Raúl Garbantes

El silencio de Lucía by Raúl Garbantes

autor:Raúl Garbantes [Garbantes, Raúl]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2016-06-14T16:00:00+00:00


Capítulo 19

Lucía entra a la recepción del hotel. El lugar le parece agradable, todavía guarda un toque hogareño. El recepcionista la saluda y le pregunta si tiene una reservación. Lucía responde que en verdad pasaba a saludar a alguien, que si se encontraba la señora Marina Robles.

—Sí —le respondió el chico—, sí está, permítame un momento para ubicarla, ¿quién la solicita?

—Lucía —le responde ella—. Lucía Costa.

—Si quiere tome asiento —le responde el chico— mientras la llamo.

Lucía suelta su mochila y se sienta. Ha sido un viaje largo. Le ha tomado prácticamente todo el día llegar hasta ahí. Desde que salió de la capital, en la mañana, se demoró cinco horas en llegar hasta el puerto. Luego dos horas en un transbordador que la lleva hasta la isla y tres horas más para llegar a playa Encantada. Al fin puede sentarse y decir que llegó. La última vez que vio a Marina fue en el funeral de Luna. Ella había vuelto a la isla, unos tres años antes de que su madre se fuera. ¿Será que Efraín se está quedando acá —se pregunta— o estará acampando en la Hermanita?

La «Hermanita», como los locales la llamaban, era una playa mucho más pequeña, algo escondida, que se encontraba al este de la Encantada, pasando una loma más o menos pedregosa que era donde esta terminaba. Algunos niños suelen ir a jugar en el día. Y algunos adultos acampan ahí a veces. Ahora, Lucía recuerda que cuando estuvo de pareja con Efraín, este le había contado que había vuelto a la isla antes de ir a la capital y acampó durante varios meses en la Hermanita, antes de entregarse de lleno con los krishnas.

Lucía puede ver la luna desde donde está sentada. La ve radiante y piensa que en ningún otro lugar se ve la luna como en la Encantada. Piensa en cómo se verán los cielos de esos planetas que tienen más de una, o cómo se verá el de Saturno, con ese anillo único; piensa en el futuro lejano y probable de una humanidad que ella no podrá ver ni vivir; piensa en las partículas, los átomos, las partes imperceptibles que la componen, que ensamblan ese ser capaz de nombrarse a sí mismo Lucía; se pregunta por la historia de esas partículas, cuál será su edad, de dónde habrán venido, qué ha tenido que pasar para que lleguen a esta configuración presente y a dónde irán cuando ella muera, o mejor dicho, cuando las partes infinitesimales que la conforman se separen para formar parte de otras configuraciones; se pregunta si esas partes llegarán a conocer lo que hay fuera de este planeta, otras atmósferas, otras galaxias, o si ya las han conocido y, si se quedan, de qué otros seres harán parte… Y Lucía vuelve a sentir ese pálpito, ese impulso, esa ansia que la acompaña desde niña, desde que tiene conciencia, esa sed de lo infinito, de absorber el universo, de diluirse en el tiempo, de saberlo todo, de experimentarlo todo,



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