El silencio de los corderos by Thomas Harris

El silencio de los corderos by Thomas Harris

autor:Thomas Harris [Harris, Thomas]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 1988-01-01T05:00:00+00:00


Capítulo 29

Amanecía. El doctor Chilton, acompañado por tres soldados pulcramente uniformados de las fuerzas armadas estatales de Tennessee, se hallaba en la ventosa pista de aterrizaje, hablando a voz en grito a fin de acallar el aluvión de voces que, producidas por el tráfico aéreo en la radio del Grummann Gulfstream, salían por la puerta abierta del avión así como por la de la ambulancia estacionada junto al aparato.

El capitán de los soldados entregó un bolígrafo al doctor Chilton.

Las hojas del cuaderno se arremolinaban a causa del viento y el oficial tuvo que alisarlas.

—¿No podemos hacer todo esto durante el vuelo? —preguntó el doctor Chilton.

—Los formularios de la documentación han de quedar completados antes de que se produzca el traslado físico del prisionero. Son las órdenes que he recibido.

El copiloto terminó de ajustar la rampa sobre la escalerilla del avión.

—¡Listos! —gritó. Los soldados se agruparon en torno al doctor Chilton junto a las puertas traseras de la ambulancia. Cuando este último las abrió, se pusieron tensos, como esperando que saliese un animal de un salto.

Al fondo divisaron al doctor Hannibal Lecter, erguido en la camilla, atado y envuelto en cinchas de lona y con el rostro cubierto por la máscara de hockey. Estaba orinando en una palangana que Barney sujetaba.

—Lo siento —dijo Barney dirigiéndose al doctor Lecter al tiempo que cerraba las puertas.

—No tiene importancia, Barney —contestó el doctor Lecter—. He terminado, gracias.

Barney arregló la ropa del doctor Lecter, devolvió la camilla a su posición horizontal y empujó al doctor hacia las puertas traseras de la ambulancia.

—¿Barney?

—Diga, doctor Lecter.

—Se ha portado usted siempre muy bien conmigo. Quiero darle las gracias.

—No hay de qué.

—La próxima vez que Sammie recupere el conocimiento ¿querrá usted despedirme de él?

—Claro que sí.

—Adiós, Barney.

El corpulento enfermero abrió las puertas de un empujón y llamó a los soldados.

—¿Hacéis el favor de coger la camilla por aquí? Por los dos lados. Para bajarla hasta el suelo. Así. Con cuidado.

Barney empujó al doctor Lecter por la rampa y lo introdujo en el avión. A la derecha del pasillo se habían eliminado tres asientos. En el suelo quedaban las respectivas horquillas, a las cuales el copiloto ató la camilla.

—¿Va a realizar todo el vuelo tumbado? —preguntó uno de los soldados—. ¿Lleva pañales de hule?

—Tendrá que aguantarse las ganas de mear hasta Memphis, pajarraco.

—Doctor Chilton, ¿puedo hablar con usted? —dijo Barney. Salieron ambos del aeroplano. El viento levantaba pequeños remolinos de polvo y basura a su alrededor.

—Esos individuos no saben nada —dijo Barney.

—Cuando lleguemos, tendré ayuda; enfermeros especializados en casos psiquiátricos. Ahora ya es responsabilidad de otros, Barney.

—¿Cree usted que le tratarán bien? Ya sabe usted cómo es; hay que amenazarle con el aburrimiento. Es lo único que le da miedo. Darle de bofetadas no sirve de nada.

—Nunca permitiría tal cosa, Barney.

—¿Estará usted presente cuando le interroguen?

—Sí. —Y tú no, añadió Chilton para sus adentros.

—Yo podría viajar con él hasta su destino y regresar después. No perdería más de dos horas de mi turno —dijo Barney.

—Ya no es competencia suya, Barney. De todos modos, yo estaré allí.



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