El secreto de Spinoza by José Rodrigues dos Santos

El secreto de Spinoza by José Rodrigues dos Santos

autor:José Rodrigues dos Santos [Santos, José Rodrigues dos]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2023-10-19T00:00:00+00:00


XXII

Después de atravesar la densa neblina y soportar los fuertes vientos laterales y las olas bruscas que hacían balancear el trekschuit con inusitada violencia, el caballo paró en el margen. La embarcación se balanceaba en el agua, a trompicones, hasta que chocó contra el muelle desierto y se paró. Llovía. Había casas alineadas a lo largo de las dos orillas, parecían proas de navíos de piedra que emergían entre la bruma. En la plataforma, un cartel anunciaba el nombre de la ciudad, Voorburg.

Tres sombras se recortaron en la niebla cerrada, como fantasmas de ceniza que se deslizaban por el muelle. Rápidamente, los espectros adquirieron densidad y se hicieron hombres; delante, caminaba Simon de Vries, sus cabellos rubios volaban al viento húmedo, salpicado por gotas; detrás venían dos boeren. Cuando llegaron junto al trekschuit, De Vries se paró y los dos hombres rudos y corpulentos saltaron hacia el interior. Bento, que los esperaba dentro del trekschuit, señaló hacia la popa, donde se aglomeraban los equipajes de los viajeros.

—Estas tres cajas contienen libros, aquellas de allí ropa y en las dos grandes, en una va mi torno de pulir y el material óptico. En la mayor de todas va una cama desmontada —indicó, señalando los equipajes—. Cuidado con esa, que no se caiga. Es la cama de mi madre.

Mientras los boeren cogían las cajas y las sacaban del trekschuit, el viajero saltó al muelle, pisó tierra firme y a continuación abrazó a su amigo neerlandés.

—¡Ah, maestro! —saludó De Vries—. ¡Qué alivio saber que finalmente ha salido de Rijnsburg! ¡Uf, ya era hora! La peste en Ámsterdam es terrible, terrible. ¡Ni se imagina! Me aterrorizaba que llegara a Rijnsburg y usted aún estuviera allí, maestro. Aquí en Voorburg estará mejor, ya verá.

Bento puso una mano encima del hombro de su amigo.

—Jarig me envió una carta para contarme lo que le sucedió a tu madre. Lo lamento mucho. —Las palabras de consuelo conmovieron a De Vries.

—No ha sido solo mamá. También mi hermano Frans y su mujer, todos con bubónica y… ya han partido.

—¡Ah, qué horror! Mi pobre amigo.

El joven neerlandés forzó la sonrisa.

—Dejémonos de tristezas y vamos a concentrarnos en la vida —dijo con una jovialidad consternadora—. Maestro, ahora que usted ha dejado Rijnsburg y se va a quedar a vivir aquí, en Voorburg, le será más fácil ir al médico para tratar esa tos tan persistente. No se olvide de que La Haya está a dos pasos de aquí.

Los boeren cargaban con las cajas, habían apilado unas encima de las otras, por lo que el grupo abandonó el cais de Voorburg y se dirigió a una calesa que De Vries había alquilado. Cuando todo el equipaje estuvo depositado en la carga, arrancaron y recorrieron las calles cenagosas en dirección al centro. El recién llegado ya había pasado por allí en sus desplazamientos en trekschuit, pero era la primera vez que circulaba por aquella gran localidad rural a las puertas de La Haya, la capital en la que se encontraba el gran pensionario,



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