El secreto de mi turbante by Nadia Ghulam & Agnès Rotger

El secreto de mi turbante by Nadia Ghulam & Agnès Rotger

autor:Nadia Ghulam & Agnès Rotger [Ghulam, Nadia & Rotger, Agnès]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 2011-05-15T00:00:00+00:00


* * *

—Todo el mundo sabe que eres una persona muy religiosa y que me fío de ti. Además, sabes más cosas del Corán que la mayoría, Zelmai. ¿Por qué no me echas una mano hoy? Me gustaría que te quedaras a mi lado mientras dirijo la plegaria de la mañana. Me duelen las rodillas y no creo que pueda hacer todos los movimientos. Hazlos tú por mí.

Cumplí tan bien como pude el encargo que me había hecho. Para mí era muy emocionante encontrarme delante de todos los hombres, y al lado del mulá, y quería que él estuviera contento conmigo. Mientras duró la plegaria, me esforcé para mantener una cara muy solemne.

Más adelante, incluso llegué a tener la llave de la mezquita. Sin embargo, un día, esta confianza tuvo consecuencias indeseables. Mientras estaba en la mezquita leyendo el Corán que me había comprado para mí sola, vi que dos talibanes se acercaban al mulá. Sin alzar los ojos del libro, y sin dejar de murmurar, agucé el oído.

—Mulá, ¿ya has hecho la lista de los hombres del barrio?

—Sí, la tengo aquí.

—Pues, vamos, dile a tu ayudante que los haga entrar a todos en la mezquita para la plegaria de la mañana.

—Mi ayudante tiene más de noventa años, no creo en absoluto que pueda perseguir a nadie…

—Pero tienes estudiantes, ¿verdad?

—Sí que los tengo. —El mulá respondía con una parsimonia inusual, como si quisiera alargar el momento o, directamente, ponerlos nerviosos.

—Pues llama a algunos, ¡venga!

—De acuerdo…

—…

—¡Zelmai! ¡Hawad! ¡Siddig!

Levanté la vista, fingiendo sorpresa. Los tres me miraban a mí y a los otros chicos.

—¡Venid!

Puse un punto en el libro y me levanté del suelo. Cuando me acerqué a ellos, uno de los talibanes me puso una vara en la mano, y les dio otras a los demás.

—Id a buscar a los hombres y los chicos del barrio, y a los que se nieguen a seguiros, les arreáis un buen golpe en los muslos. Nosotros iremos detrás, para que nadie se atreva a plantaros cara.

Miré al mulá buscando su aprobación, y vi que tenía la mirada baja, como si no se sintiera cómodo con el encargo.

—De acuerdo.

Así fue como me encontré haciendo de policía religiosa ocasional. Con la vara en la mano, con una misión tan santa, pude notar la sensación embriagadora de ser un Trabajador Oficial de Dios, del Bien… y también de la autoridad. Durante un rato no me daban miedo los talibanes, y la gente no se atrevía a despreciarme por ser pobre y tener la cara desfigurada. Quería creer que lo que hacía estaba bien, y por encima de todo, me gustaba sentir el respeto de todo el mundo. Por una vez no era yo el que tenía miedo. Incluso me permití vengarme, con un buen golpe de vara, de algunos chicos que se habían reído de mí. Y empecé a volverme sin vergüenza cuando alguien me llamaba «mulá Zelmai».

Claro está que eso no era lo que yo amaba de Alá. Había buscado al Dios de paz, de amor y de justicia, y me había dejado seducir por aquello que lo estropeaba.



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