El secreto de Gibola by Ane Odriozola Cia

El secreto de Gibola by Ane Odriozola Cia

autor:Ane Odriozola Cia [Odriozola Cia, Ane]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2018-05-31T16:00:00+00:00


A lo largo de varios siglos, las ferrerías fueron el motor de la economía legazpiarra, igual que en muchos otros pueblos del valle. El río Urola contaba con tres buenas condiciones que hacían que sus orillas fueran idóneas para albergarlas: caudal suficiente, un desnivel adecuado y uniforme, y unos bordes no demasiado escarpados donde era posible la edificación. En el siglo XIV, la veintena de ferrerías que existían en el valle tuvieron un efecto multiplicador sobre la actividad económica, ya que además de ferrones, demandaban también mano de obra complementaria: carboneros, acarreadores, transportistas, mineros, leñadores… Pero en los siglos XVI y XVII, la situación de las ferrerías cambió, entrando en una gran crisis que propició la desaparición de al menos una docena de ferrerías por falta de rentabilidad. El número de caseros aumentó considerablemente, se vendieron y arrendaron terrenos de estas ferrerías para dedicarlas a la labranza y se construyeron numerosos caseríos. La agricultura y la ganadería se habían convertido en el medio de vida mayoritario de la población, mientras algunos continuaron todavía trabajando en las ferrerías.

Las disputas entre los dos colectivos, caseros y ferrones, fueron innumerables, ya que cada actividad buscaba su espacio. Los caseros necesitaban suelo verde para la explotación agropecuaria (pastos, cultivos…) y los ferrones necesitaban recursos forestales para obtener la leña con la que producirían el carbón vegetal que servía como combustible para sus hornos. Aun así, eran dos comunidades complementarias. Muchos campesinos trabajaban para las ferrerías y muchos ferrones provenían del mundo rural. Solían aprovechar el parón de las ferrerías para colaborar en las faenas agrícolas, bien en verano por falta de agua o bien cuando la maquinaria estaba en reparación o faltaba carbón. Por eso, tanto a unos como a otros no les quedó más remedio que aprender a compatibilizar ferrería y campo, hierro y agricultura.

Una de las pocas ferrerías que se mantuvo ante la gran crisis de las mismas fue la de Mirandaola. Inició su andadura sobre el año 1400 y mantuvo sus puertas abiertas durante cuatro siglos, hasta 1804. El caserío situado al lado con el que compartía nombre, la había acompañado a lo largo de casi todos esos años, hospedando en él a las familias que habían dedicado su vida por y para la ferrería, soportando jornadas interminables en las que el carbón y la fuerza del agua permitían el fenómeno de transformar el mineral en hierro.

Aquellos tiempos en los que los martillazos del yunque no cesaban las veinticuatro horas del día quedaban lejos ya. Aun así, la habitante más longeva del caserío Mirandaola los tenía muy presentes. A sus noventa y seis años, recordaba perfectamente la historia familiar que tantas veces había oído en boca de su abuela Martina cuando ella era pequeña. Ella le contaba cómo varios antepasados de la familia se habían dejado la piel para sacar adelante la ferrería. «Provenimos de los Plazaola y los Elorregi, familias distinguidas y poderosas y, además, estamos emparentados con los Vicuña. Antiguamente, los dueños de las ferrerías provenían de linajes muy importantes y el nuestro lo es, que no se te olvide nunca».



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