El señor de la guerra by Bernard Cornwell

El señor de la guerra by Bernard Cornwell

autor:Bernard Cornwell [Cornwell, Bernard]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2020-11-20T00:00:00+00:00


* * *

La muerte de Ealdred me había provocado una siniestra satisfacción, pero conforme fue avanzando el verano empecé a sospechar que había sido un error. El plan consistía en atribuir toda la culpa a los escoceses a fin de apartar de mí la previsible cólera de Æthelstan, y dirigirla en cambio hacia Constantino. Sin embargo, los informes que el rey de toda Britania había recibido de Wessex, enviados por algunos de sus amigos, daban a entender a las claras que Æthelstan no se había llamado a engaño. Desde luego, no me mandó ningún mensaje, pero varios de mis confidentes me hicieron saber que se enfurecía cada vez que hablaba de mí y de Bebbanburg. Así pues, todo cuanto había conseguido había sido sumir a Northumbria en el caos.

La cuestión es que Constantino supo aprovechar aquella situación de desafuero. No en vano ceñía una corona, lo que hacía que viviera en permanente ansia de tierras y más tierras, pues tal era la mejor dádiva que ofrecer a sus señores. Los señores tenían aparceros, y estos blandían lanzas, cultivaban la tierra y criaban ganado. Y ambas cosas, mieses y reses, se cambiaban por dinero, la más adaptable de las materias, que para todo sirve, incluso en este caso para comprar nuevas lanzas. Cumbria no era la mejor de las tierras, pero contaba con buenos valles fluviales en los que el cereal crecía alto y espigado y con montes de pasto para los rebaños de ovejas, sin olvidar que su fertilidad no era menor que la del resto del duro reino de Constantino. Por eso, el soberano de los escoceses quería añadirla a sus pendones.

El desorden que siguió a la muerte de Guthfrith, con un Eoferwic incapaz de designar a un rey con fuerza suficiente como para reclamar el señorío de todo el territorio, hizo que Constantino se envalentonara. Eochaid, al que había nombrado «gobernador» de Cumbria, había asentado sus reales en Cair Ligualid. Este astuto caudillo había proporcionado plata a la iglesia de la zona, así que, un buen día, los monjes recibieron un precioso cofrecillo, cubierto de rojas incrustaciones de cornalina —tantas que la arquilla diríase perlada de sangre—, y hallaron en su interior un pedazo del pedrusco en el que san Conval había cruzado, según la leyenda, el mar que media entre Irlanda y Escocia. Los hombres de Eochaid se apostaron en los muros de Cair Ligualid. Casi todos se pintaron la cruz en el escudo, aunque algunos prefirieron conservar las negras adargas de Owain de Strath Clota. En toda aquella confusión, al menos Anlaf, que afirmaba ser el sucesor de Guthfrith, optó por no tomar ninguna iniciativa de reclamar Northumbria. Circulaban, no obstante, informes que sostenían que andaba distraído por sus enemigos nórdicos y que sus ejércitos habían empezado a asestar durísimos golpes en lo más profundo de Irlanda.

En cualquier caso, la presencia de todos aquellos broqueles escoceses implicaba que las tropas de Constantino se habían adentrado ya en el corazón de Cumbria. Se hallaban al sur del



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.