El reflejo de la bestia: Una novela profunda y visceral sobre Luis Alfredo Garavito, el mayor violador y asesino en serie de niños en el mundo. (Spanish Edition) by Mendoza Rafael Poveda & Barrera Xiomara

El reflejo de la bestia: Una novela profunda y visceral sobre Luis Alfredo Garavito, el mayor violador y asesino en serie de niños en el mundo. (Spanish Edition) by Mendoza Rafael Poveda & Barrera Xiomara

autor:Mendoza, Rafael Poveda & Barrera, Xiomara
La lengua: spa
Format: epub
editor: Testigo Directo Editorial
publicado: 2023-04-11T00:00:00+00:00


CAPÍTULO 12

ERA EL 20 DE FEBRERO DE 1999. De pie frente al espejo, Garavito miraba su imagen con ojos críticos. A través de la ventana se veía, a lo lejos, el enorme viaducto de Pereira. Recorriendo su cuerpo sin un parpadeo, observó su espalda y brazos: las huellas de las quemaduras, que apenas empezaban a cicatrizar, ponían una nota discordante en su cuerpo semidesnudo. Hizo un gesto de desaprobación, que pronto reemplazó por una sonrisa de remembranza y algo de culpa. Acarició su bigote, que se había dejado crecer nuevamente durante su convalecencia. Luego acomodó cuidadosamente su cabello. Por suerte no se le había quemado. Levantó su mano y recorrió poco a poco las incipientes cicatrices, con una sonrisa malévola. Sin dejar de mirar fijamente al espejo, entonó una especie de letanía:

—«Diablo de la noche, diablo cojuelo: ven a mi llamado y mandado. Líbrame del fuego y de ser atacado. Líbrame de los males y de ser apresado. Diablo de la noche, diablo cojuelo».

En la mano izquierda sostenía un muñeco negro con el que golpeaba su cuerpo mientras se abandonaba a sus cánticos satánicos. El muñeco era la representación de su credo. Con el amuleto tocó todo su cuerpo, que se mecía con ritmo monocorde. Cuando terminó su rito, se quedó mirando su reflejo, complacido. Había transpirado. Tomó de la cama cercana una toalla y empezó a secarse sin afán, evitando tocar las heridas. Repentinamente, una carcajada diabólica deformó su rostro:

—De buena me libraste, mi señor. Pero me lo merezco. ¿Cómo pude dormirme en semejante momento y lugar? Aunque ahora quedé marcado para siempre. Pues si esta es tu marca, mi señor diabólico, soy tu siervo. Hágase tu…

De pronto vio que una imagen borrosa, fugaz, empezaba a formarse en el espejo, bailando ante sus ojos. Garavito abrió los ojos con sorpresa mientras un viejo y conocido terror atenazaba su corazón. Se quedó paralizado, mientras la imagen se iba agrandando y se hacía cada vez más nítida, hasta alcanzar su propio tamaño. Rechazando la imagen con evidente pánico, ladeó la cabeza sobre su hombro izquierdo cerrando fuertemente los ojos, acobardado. Luego, centímetro a centímetro, fue volviendo la mirada hacia el espejo. Desde el fondo, un niño de unos doce años —una imagen que se alternaba entre su propia imagen y la de Rolando Olmos, el niño de Tunja— lo observaba, con una mirada llena de dolor e ingenuidad. Y un poco de esperanza.

Superando su miedo, Garavito lo observó fijamente. No podía precisar la imagen. Fastidiado, exigió de mala manera:

—¿Qué haces aquí? No puedes estar aquí: te maté. ¡Te maté en Tunja! ¡No quiero verte!

Desesperado, corrió hasta el espejo. Antes de llegar se detuvo de golpe y se volvió. Cambiando la expresión de su rostro, habló con una pequeña voz de niño:

—¿Eso crees? No te engañes. En Tunja mataste a Rolando, ¡no a mí! Eso es imposible. No puedes matarme por más que lo intentes. ¡No puedes! Y sabes bien por qué estoy aquí. Tú me trajiste. Eres el único que puede traerme.



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