El puente by Gay Talese
autor:Gay Talese [Talese, Gay]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Historia
editor: ePubLibre
publicado: 1964-01-01T05:00:00+00:00
James J. Braddock.
© Bruce Davidson/Magnum Photos.
James J. Braddock, el «Hombre Cenicienta».
© Mickey Carroll/The New York Times.
Había perdido quince mil dólares en un restaurante, Braddock’s Corner, que en su día abrió en Manhattan, en la 49 Oeste. La tienda de productos náuticos que regentó durante una década acabó por no dar beneficios. Sin embargo, aseguraba seguir poseyendo su casa de North Bergen, Nueva Jersey, adquirida por catorce mil dólares poco después de combatir contra Joe Louis, y continuaba enamorado de su mujer tras llevar casados treinta y tres años. Además, conservaba la salud y las ganas de trabajar duro, y tenía dos hijos que también trabajaban duro.
Uno de ellos, Jay, de treinta y dos años, pesaba 150 kilos, medía 2,13 metros y trabajaba en una central eléctrica de Jersey City. El otro, Howard, de treinta y cuatro años, pesaba 109 kilos, medía 2,17 metros y trabajaba construyendo carreteras.
—Así que no sintáis pena por mí —decía James J. Braddock, antaño conocido como el «Hombre Cenicienta», mientras le echaba una calada a su cigarrillo y se inclinaba sobre una máquina enorme—. No sintáis ni pizca de pena.
Lo que no impedía que admitiera que la construcción de puentes, igual que el boxeo, era para los jóvenes.
Y entre todos los jóvenes entusiastas que, en el otoño de 1963, trabajaban en el puente Verrazano-Narrows bajo las órdenes de «Hueso» Murphy pocos eran más aptos y más felices que los dos que lo hacían codo con codo en lo alto de un cable situado detrás de la torre de Brooklyn, con el mar a 120 metros bajo sus pies.
Uno era pequeñito y el otro, grandote. El pequeñito, que medía 1,70 metros y pesaba solo 62 kilos —si bien era fibroso y fuerte—, se llamaba Edward Iannielli. Lo apodaban «el Conejo» por el modo en que saltaba de una viga a otra y correteaba por los cables. Tenía veintisiete años y todos pensaban que no llegaría a cumplir los treinta.
El grandote se llamaba Gerard McKee. Era apuesto y sano, de unos 90 kilos de peso y 2,09 metros de altura. Había ejercido de socorrista en Coney Island, tenía éxito con las mujeres y un talante bonachón, y de inmediato se ganó el afecto de todos los trabajadores del puente, aunque no era tan afable y extrovertido como Iannielli.
La mañana del miércoles 9 de octubre ambos treparon por los cables como de costumbre. En medio del repiqueteo de las remachadoras y los golpes de los mazos, enseguida se pusieron con ganas a la labor; con las cabezas gachas, apretaban los pernos de los cables, dos figuras apenas visibles desde tierra.
Antes de que acabara la mañana, sin embargo, todos los ojos del puente estarían sobre ellos.
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