El prisionero del César by Massimiliano Colombo

El prisionero del César by Massimiliano Colombo

autor:Massimiliano Colombo [Colombo, Massimiliano]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2022-01-12T00:00:00+00:00


* * *

Publio y Esceva se movieron con cautela por la subida al Capitolio. De vez en cuando se cruzaban con la mirada desconfiada de algún transeúnte. Casi todo el mundo llevaba en la cintura un arma: uno, una daga; otro, una navaja; un tercero, un palo. Roma estaba a la deriva, la ciudad más hermosa y más grande del mundo se había convertido en el lugar más siniestro y peligroso.

Una vez que llegaron a las Gemonías, se detuvieron y Publio señaló la puerta.

—Está abierta.

Los dos entraron rápido en el cuerpo de guardia y vieron que todo estaba patas arriba.

—Te lo dije, han venido a buscar a Vercingétorix —dijo Esceva, levantando la mesa que estaba tirada en el suelo—. Se lo han llevado todo.

Un jadeo en la galería llamó su atención. Publio fue corriendo y encontró en la oscuridad un cuerpo agazapado en posición fetal.

—Barbato…

Enseguida cogió en brazos al viejo carcelero y lo llevó al cuerpo de guardia para ponerlo en la mesa. Le apartó el pelo, tenía el rostro tumefacto. Le costaba respirar, pero lo hacía.

—Así es como han entrado —dijo el triunviro—, lo han esperado y le han cogido las llaves.

—Aguanta, Barbato.

—Está mal.

—Agatocles, ¿puedes oírme?

Barbato estaba semiinconsciente y murmuraba palabras incomprensibles por la boca ensangrentada.

—Eran muchos…

—Atiéndeme, Agatocles, tengo que sacarte de aquí, podrían volver.

—No puedes llevarlo en brazos, tiene los huesos rotos. Ya no le quedan esperanzas.

—No lo voy a dejar aquí, voy a la taberna que está al lado de donde vivo, tienen un carro. Lo llevaremos en eso.

—Yo me vuelvo al templo, tú haz lo que quieras.

—Buscaban al galo… —suspiró el viejo esclavo.

—Sí, sí, lo sé.

—Había venido a recoger mis cosas, me esperaban escondidos en las Gemonías.

—No hables, descansa, no te preocupes, ahora estoy yo. Te voy a dejar aquí para que estés a salvo y luego vendré a buscarte con un carro, ¿de acuerdo?

—Vete, Publio…, van a volver.

—No voy a dejarte, regresaré pronto.



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