El peso de vivir en la Tierra by David Toscana

El peso de vivir en la Tierra by David Toscana

autor:David Toscana [Toscana, David]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 978-607-382-243-5
editor: Penguin Random House Grupo Editorial México
publicado: 2022-01-01T00:00:00+00:00


13

Otra vez vino el policía.

«¡Porfírii!», lo recibió Nikolái como a un viejo amigo. «Ya lo echábamos de menos.» Le franqueó la entrada. Lo invitó a sentarse. «¡Marfa, mira quién está aquí!», llamó en voz alta. Luego casi en un susurro preguntó al visitante: «¿Qué lo trae? ¿Otra vez viene a cobrar la renta? ¿Me viene a arrestar? ¿Quiere saber si el tísico sigue vivo?».

Marfa se aproximó con la taza de café de la vez pasada. La puso en la mesa delante del policía. Le habían crecido formas de vida algodonosa.

Si no fuese por la pistola al cinto, podría confundirse a Porfírii con un organillero.

«Los vecinos…», Porfírii tomó la taza de café; la sostuvo lejos de sí, como esperando un brindis. «Dicen que estuvieron torturando un caballo.»

De la cocina llegaba el aroma del café recién hecho. Eran pasadas las once de la mañana, pero apenas iba despertando la gente luego del desvelo de la noche anterior. El tísico asomó del féretro. Griboyédov salió del lecho que improvisó bajo la mesa. Prascovia y Lenochka llegaron por el pasillo bostezando y estirando las extremidades. Quién sabe en qué callejón estaría amaneciendo el alcohólico recién casado.

«Comimos carne de caballo», dijo Nikolái. «Lo trajimos del mercado», abrió la puerta. «Ya muerto. Apenas dos kilos de aguayón.»

«Gracias por su visita, Porfírii», dijo Marfa.

El policía agradeció el café. Pidió disculpas por visitarlos en domingo.

Echó a andar a paso lento, mirando las puntas de sus zapatos. Nikolái fue tras él.

«Mi querido Porfírii», le puso la mano en el hombro. «Viene usted a cobrar la renta, a socorrer un caballo.»

«Esta semana, aquí a dos calles, un perro ensuciaba el jardín del vecino. Y poco antes, una señora que pasa el día en el teléfono con voz muy alta.»

«Mire, Porfírii, yo tengo contacto con la embajada soviética. El otro día me visitó un muchacho que quería adiestrarme en Corea del Norte. Estamos planeando un viaje espacial. Fui orador en un mitin de estudiantes. Escapé a una persecución policiaca.» Porfírii comenzó a caminar a paso más veloz. Nikolái lo tomó del brazo para detenerlo. «Y le voy a decir lo más grave. En esta casa hay libros prohibidos.» Porfírii prefería ocuparse de rentas, perros y señoras de alta voz. «Por escribir o por leer esos libros la gente ha sido apresada, desterrada, torturada y fusilada.»

Era raro un escritor de Rusia o de la Unión Soviética que no hubiera sido acosado por el aparato del zar o del partido, pero sólo unos cuantos escribieron sobre tal tema, pues se ganarían justo la suerte que estaban denunciando. En El camarero, ante la inminente visita de la policía, el padre le pregunta al hijo: «¿Tienes, quizá, en tu cuarto libros prohibidos?». La literatura clandestina era prueba más contundente que una declaración firmada.

«Esta noche, Porfírii, venga con nosotros al Sályut.»

A la censura política, había que sumar la moral, que metía sus pudibundas narices en cualquier verso. Ahí donde Pushkin había escrito «no muchas noches venturosas el destino le había dado», el censor tachó para escribir



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