El perfume de la dama de negro by Gaston Leroux
autor:Gaston Leroux [Leroux, Gaston]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 1906-12-31T16:00:00+00:00
* * *
¡En aquel momento un tiro desgarró la noche, seguido del grito de la muerte! ¡Ah, otra vez el grito, el grito de la galería inexplicable'. ¡Se me erizan los cabellos, y Rouletabille vacila como si acabaran de dispararle a él mismo…!
Y luego salta a la ventana abierta y un clamor desesperado llena la fortaleza:
—¡Mamá! ¡Mamá! ¡Mamá!
XI
El ataque a la torre cuadrada
Salté detrás de él y lo cogí por la cintura, temiéndolo todo de su locura. En sus gritos de «¡Mamá! ¡Mamá! ¡Mamá!» había un furor tal de desesperación, una llamada o más bien un anuncio de ayuda tan por encima de las fuerzas humanas, que llegué a temer que olvidase que era sólo un hombre, es decir, incapaz de volar directamente desde la ventana a la torre, de atravesar como un pájaro o como una flecha aquel espacio negro que lo separaba del crimen y que él rellenaba con su pavoroso clamor. ¡De pronto se volvió, me derribó, se precipitó escaleras abajo, descendió, bajó como una tromba, rodó, se lanzó a través de pasillos, habitaciones, escaleras, patio, hasta aquella torre maldita que acababa de arrojar en medio de la noche el grito mortal de la galería inexplicable!
Y a mí sólo me había dado tiempo a quedarme en la ventana, clavado en el sitio por el horror de aquel grito. Aún seguía allí cuando se abrió la puerta de la Torre Cuadrada y, en su marco luminoso, apareció la forma de la Dama de negro. Estaba erguida y bien viva, pese al grito mortal, aunque su rostro pálido y espectral reflejaba un terror indecible. Tendió los brazos hacia la noche y la noche le arrojó a Rouletabille, y ya no oí más que suspiros y gemidos, y otra vez aquellas dos sílabas que la noche repetía indefinidamente: «¡Mamá! ¡Mamá!»
Bajé a mi vez al patio, con las sienes martilleándome, el corazón alterado y los riñones rotos. Lo que había visto en el umbral de la Torre Cuadrada no me tranquilizaba en modo alguno. En vano intentaba razonar diciéndome: «Vamos a ver, en el mismo momento en que lo creíamos todo perdido, todo, ¿no resultaba por el contrario que todo era encontrado? ¿No había encontrado el hijo a la madre? ¿No había encontrado, al fin, la madre al hijo…?» Pero entonces ¿por qué…, por qué el grito de la muerte estando ella tan viva? ¿Por qué aquel grito de angustia antes de que apareciera de pie en el umbral de la torre?
Cosa extraordinaria, no había nadie en el Patio del Temerario cuando lo atravesé. ¿Entonces no había oído nadie el disparo? ¿No había oído nadie los gritos? ¿Dónde estaba el señor Darzac? ¿Dónde estaba el viejo Bob? ¿Seguían trabajando en la batería baja de la Torre Redonda? Podía creerse así, pues se veía luz al nivel del suelo de la torre. ¿Y Mattoni? ¿Tampoco Mattoni había oído nada…? ¿Mattoni, que estaba vigilando bajo la poterna del Jardinero? ¡Bueno! ¡Y Bernier! ¡Y la tía Bernier! No los veía por ningún sitio. ¡Y
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