El pacto del agua by Abraham Verghese

El pacto del agua by Abraham Verghese

autor:Abraham Verghese [Verghese, Abraham]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2023-05-02T00:00:00+00:00


47

El miedo al árbol

Parambil, 1945

«¡Desaparecerá antes de que anochezca, cariño!» Eso es lo que debería haber dicho. En cambio, vacila el tiempo suficiente como para que el gallo vuelva a cantar.

—¿El plavu? —repite como si no la hubiera oído, pero el tono de falsedad de su voz le da náuseas.

Ella aparta la vista y su sonrisa desaparece como la de un niño al que le han ofrecido caramelos para luego arrebatárselos. En un planeta dividido entre los que cumplen con su palabra y los que prometen sin estar dispuestos a cumplir, ella le ha entregado su cuerpo a uno de los segundos.

—Está bien, Philipose…

—No, no, por favor, querida Elsie, permíteme que te lo explique. Lo cortaré, te lo prometo, pero ¿puedes darme un poco de tiempo?

—Por supuesto —dice ella. Pero él ya percibe la fisura, la grieta en su unión. Si pudiera desdecirse… o si ella hubiera pedido otro deseo.

—Gracias, querida Elsie. La cuestión es esta…

Su cuento «El hombre plavu» tocó una fibra sensible a algunos lectores. Hay personas que se desplazan para ver aquel árbol, creyendo que el relato es real y que ese es el árbol descrito, y nada que él les diga les hace cambiar de idea. Otros le escriben, a través del periódico, pidiéndole que coloque en un hueco del tronco sus cartas dirigidas a las almas que se han marchado y con las que ellos quisieran contactar. Eso llevó al director a encargar una foto de Philipose delante del árbol.

—El fotógrafo vendrá pronto. Mientras tanto, también tengo que conseguir la conformidad de Shamuel. Verás, él me ha contado muchas veces la historia de cómo su padre y el mío plantaron ese árbol cuando desbrozaron el terreno. Fue el primero. Cuando yo era un niño, Shamuel me enseñó cómo plantarlos. Cavamos un pozo y metimos allí una gigantesca chakka. Del centenar de semillas dentro de esa piel de cocodrilo, surgieron veinte brotes. Cualquiera de ellos podría haber sido un árbol por separado, pero las plantamos juntas, obligándolas a convertirse en un solo y poderoso plavu. —Ha dicho demasiado, y lo sabe.

Oye ruido de ollas en la cocina. Un estentóreo gallo habla con su compañera: «Mira al idiota de nuestro amigo, cómo abre la boca cuando debería haberla mantenido cerrada».

—No te preocupes. No le pidas nada a Shamuel, no es necesario…

—¡No, Elsie! Dalo por hecho. Considera tu deseo cumplido. Pídeme algo que pueda hacer ahora mismo, pídeme…

—Está bien —dice ella con más delicadeza de la que él merece, y encoge los hombros dentro del camisón, cerrándolo en torno a los pechos—. No necesito ninguna otra cosa. —Se incorpora, alta y orgullosa, y se abrocha los botones de arriba abajo hasta que el triángulo oscuro de su feminidad y el resplandor de sus muslos no son más que un recuerdo.

Hace una pausa en el umbral. Filtrada por las hojas del plavu, la luz que entra por la ventana alumbra esos iris grises y azulados que centellean como el granito.

—Pero, Philipose… por favor… por favor mantén tu palabra respecto de mi arte.



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