El novio de otra by Carolyn Andrews

El novio de otra by Carolyn Andrews

autor:Carolyn Andrews
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Romántico
publicado: 1998-08-09T22:00:00+00:00


En el momento en el que salieron del coche, Carly dirigió una mirada fugaz al coche azul, que, atrapado por el semáforo, no había podido girar tan rápidamente hacia Central Park como lo había hecho el taxista siguiendo las indicaciones de Holt. Iban dos personas en el asiento delantero. Holt la agarró del brazo y corrió con ella paralelamente a una fila de coches de caballos. En la calle de en frente, se podía ver un pequeño grupo de turistas delante del Hotel Plaza, que habían optado por montarse en coches de caballos más modernizados, con calefacción incluida.

—¿A dónde vamos? —le preguntó Carly cuando llegaron al final de la calle.

—Vamos a desviarnos un poco —le dijo Holt—. Preferiría no llevar compañía cuando fuéramos al apartamento de Lance.

En cuanto cruzaron la calle, Carly volvió la cabeza y tuvo oportunidad de ver al coche azul dirigiéndose hacia los carruajes. El estómago le dio un vuelco al ver a un hombre pequeño, con un gorro de lana negro y ropas oscuras. Sin darle tiempo siquiera a soltar una exclamación, Holt la empujó a través de las elegantes puertas del hotel.

Cuando se detuvieron en el vestíbulo, miró a su alrededor. Estaba repleto de gente, pero no le pareció ver al hombre del gorro de lana.

Todavía estaba buscándolo con la mirada, cuando Holt la agarró de la mano.

—Vamos —corrió con ella hasta que estuvieron en medio de una muchedumbre que se dirigía hacia la salida por una puerta lateral.

Segundos después, estaban de nuevo en la calle. Había dos autobuses esperando en la acera. Se escondieron entre ellos y corrieron hasta la acera de enfrente. Carly estaba ya casi sin respiración cuando por fin Holt la arrastró hasta un pequeño restaurante situado en una esquina, en el que los recibió un agradable aroma a canela y café.

—¿Mesa para dos? —les preguntó una camarera en cuanto entraron.

—¿Podría enseñarnos la carta, por favor? —pidió Holt—. Mi mujer es alérgica a muchos alimentos.

Con la carta en la mano, se acercó con Carly hacia una ventana desde la que tenía una vista perfecta de la calle.

—Muy bien —dijo Carly—. ¿Me puedes decir cuál es el plan? En mi vida he sido alérgica ni al café ni a los pastelillos de canela, y esa parece ser la especialidad de la casa.

—No hemos venido aquí a comer. Mientras finjo revisar la carta, tú vas a asegurarte de que nadie nos sigue.

—A la orden, señor —pero cuando intentó acercarse a la ventana, Holt la apartó.

—No te acerques demasiado. Ellos también nos están buscando.

—De acuerdo —y acercándose a él, miró por encima de su hombro. A pesar de que la reja le ocultaba parcialmente la vista, podía ver perfectamente a los transeúntes. En el momento en el que distinguió el gorro de lana, se aferró al brazo de Holt—. Ya lo he visto. Está hablando por un teléfono móvil.

—Busca el coche azul, e intenta ver la matrícula.

Carly esperó. No pudo ver el coche hasta que llegó a la esquina, y estuvo a punto de perderlo por culpa de los autobuses.



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