El misterio Cervantes by Pedro Delgado Cavilla

El misterio Cervantes by Pedro Delgado Cavilla

autor:Pedro Delgado Cavilla [Delgado Cavilla, Pedro]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2005-09-30T16:00:00+00:00


Valfermoso (Guadalajara), 12 de noviembre de 1658

Inés Calderón esparció nerviosa los polvos de albayalde y leche de higuera para secar la tinta del pliego. Acababa de escribir a su hijo. Curiosamente, antes de enviar la primera de esa serie de cartas, había pasado tantos meses sin comunicarse con él que sabía de sus guerras por otros, pero no porque el propio Juan José —su Juanito— se lo hubiera comunicado. No podía decírselo a cualquiera, o no debía, pero cada mañana, cuando despertaba para la oración, su primer pensamiento no era para Dios sino para el niño que le arrebataron. Pensaba que, si Dios había creado la maternidad, la comprendería.

Imaginaba a su hijo dando órdenes llenas de sabiduría, alto y gallardo, como en el retrato que le había hecho llegar. Juan José había pasado años sin verla, y era ahora cuando se había acercado a su madre. Buscaba su ayuda, pero a Inés no le importaba que hubiera un interés. ¿Para qué está una madre sino para lo que haga falta? Además, gracias a eso, al menos, ahora tenía su retrato.

La melena larga y negra, la frente ancha y el rostro afilado, como la nariz, aunque sin ser aguileña. Ojos vivos y despiertos; en el retrato, el izquierdo parecía levemente más grande que el otro, pero era un matiz para los muy observadores. El bigote, nada ostentoso, como la perilla, propios de un militar sin tiempo para muchos afeites. Aunque, de todo, lo más importante eran los labios; no era belfo como su padre y, en general, los de los Austrias. Porque para la madre —según su parecer— era lo que más afeaba al apuesto Rey Felipe.

Recordaba con amargura que ya en el convento oyó algún comentario acerca de los parecidos y cómo en la Corte había quienes se entretenían en buscarlos, tantos y con tanta insistencia, que una tarde, indignada, hubo de decir en alto, y para conocimiento y vergüenza de todas las hermanas de religión, que con quien se había engolfado de verdad fue con el monarca y no con el de Medina de las Torres, don Ramiro, quien por cierto era, además de muy dado a la juerga, muy amigo del Rey. Rompió a llorar en un llanto amargo al verse en aquella prisión sin la caridad de las demás y sin su hijo, su único hijo. Amenazó a todas con poner en conocimiento del propio Rey los pesares que algunas religiosas le provocaban. Y que, si siguiera aquello, solicitaría otro encerramiento que no fuera Valfermoso, ni con las benedictinas.

Y fue mano de santo, porque, unas por compasión y otras por interés (pues el monarca beneficiaba grandemente al convento desde que Inés se hallaba en él), la vida en aquel encierro comenzó a ser más dulce. Si es que puede hablarse de cárceles que agraden al gusto.

Una vez que la tinta le pareció seca, sopló sobre los polvos levantando una pequeña nube de ellos sobre su cara, lo que hizo reír a una de las novicias que la acompañaba siempre.



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