El ministerio de la felicidad suprema by Cecilia Ceriani

El ministerio de la felicidad suprema by Cecilia Ceriani

autor:Cecilia Ceriani [Arundhati Roy]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9788433938312
editor: Editorial Anagrama
publicado: 2017-08-30T00:00:00+00:00


Después de la llamada que recibió a medianoche de Biplab Das-Goose-da desde Dachigam, Naga necesitó algunas horas y varias llamadas de teléfono discretas para hacer los preparativos necesarios antes de trasladarse desde el Hotel Ahdoos al Cine Shiraz. Se había decretado el toque de queda. Srinagar estaba aislada. Las fuerzas de seguridad estaban desplegadas para custodiar la procesión funeraria de las víctimas asesinadas durante el anterior fin de semana que recorrería airadamente las calles a la mañana siguiente. Las fuerzas tenían órdenes de disparar sin necesidad de dar el alto. Circular de noche por la ciudad era misión imposible. Cuando Naga consiguió un vehículo, un pase para el toque de queda, los documentos para mostrar en los puestos de control y el permiso de entrada al Shiraz, ya casi amanecía.

Un ordenanza militar le esperaba a la puerta del vestíbulo del cine, cerca de donde había estado la taquilla, ahora convertida en una garita para el centinela. El ordenanza le dijo que el sahib comandante (Amrik Singh) se había ido, pero que su ayudante le recibiría en su oficina. El ordenanza escoltó a Naga hasta la puerta trasera del edificio y por la escalera de incendios hasta una oficina precaria y mal iluminada en el primer piso. Invitó a Naga a que tomara asiento diciendo que el «sahib» llegaría en un minuto. Cuando Naga entró en la oficina no podía saber que la figura vestida con una gruesa túnica de lana de cachemira y un pasamontañas, sentada de espaldas a la puerta, era Tilo. Hacía tiempo que no la veía. Cuando ella se volvió, lo que preocupó a Naga, más que la expresión de sus ojos, fue el esfuerzo que Tilo hizo por sonreír y decir hola. Para él, aquello era señal de que estaba rota por dentro. No era ella. Tilo no era una mujer que sonriera y dijera hola. Sus amigos cercanos habían aprendido con el tiempo que en ella la ausencia de saludo era una brusca declaración de intimidad. El pasamontañas impedía distinguir a primera vista lo que más adelante vendrían a llamar «el corte de pelo». Naga pensó que el pasamontañas era una muestra más de la exagerada respuesta al frío de la gente del sur de la India. (Él tenía un buen arsenal de chistes sobre los sureños y sus pasamontañas que siempre contaba con aplomo imitando todo tipo de acentos, sin miedo de ofender a nadie porque él también era medio del sur.) Nada más verlo, Tilo se levantó y se dirigió deprisa a la puerta.

–¡Eres tú! Creí que Garson...

–Fue él quien me llamó. Está en Dachigam con el gobernador. Yo me encontraba en la ciudad por casualidad. ¿Estás bien? ¿Y Musa...? ¿Era él...?

Naga pasó el brazo por el hombro de Tilo. Más que escalofríos, ella temblaba como si tuviera un motor bajo la piel. Una de las comisuras de los labios le palpitaba.

–¿Podemos irnos ya? ¿Nos vamos...?

Antes de que Naga pudiera responder, Ashfaq Mir, subcomandante del Centro Conjunto de Interrogatorios, el JIC, del Cine Shiraz, entró en la oficina precedido por el intenso aroma de su colonia.



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