El mar de hierro by China Miéville

El mar de hierro by China Miéville

autor:China Miéville [Miéville, China]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Fantástico
editor: ePubLibre
publicado: 2012-05-14T16:00:00+00:00


CAPÍTULO 41

Robalson estaba otra vez en el bar.

—¿Qué mosca te ha picado? —preguntó a Sham al verle la cara.

—Soy un imbécil y un inútil.

—¡Caray! —exclamó Robalson.

—¿Recuerdas que te dije que había quedado con alguien? Pues me ofrecieron la oportunidad de irme con ellos. Querían que los acompañara, creo; al menos uno de ellos. Y yo quería irme con ella, pero ¡me he rajado! ¡Y ni siquiera sé por qué! Porque sí que quería ir. ¿Cómo he podido…?

—¿Quiénes eran?

—Ah, una familia. Encontré algo que les pertenecía, una especie de mapa del tesoro o algo así. Y se han marchado para averiguar si es cierto.

—¿Te refieres a los Charco? ¿Y no te has ido con ellos?

—No. Porque soy un imbécil…

—¡Ya vale, basta! A ver, cuéntamelo. No creo que seas ni un imbécil ni un inútil. Tú no eres ningún idiota, Sham.

Al menos alguien no pensaba eso de él. Sham le contó una versión deshilvanada de la historia. Se fue por las ramas hablando del pecio, habló con vaguedad sobre una «prueba» de «algo», sobre un secreto que, al parecer, los pobres y difuntos prospectores habían conseguido guardar y que los Shroake tenían derecho a saber.

Robalson escuchaba con mucha atención.

—¡Oí que partirían el Día de la Locomotora! —dijo.

—Eso era… desinformación.

—¡No! —profirió al cabo de un rato. Tenía una expresión pensativa que se tornó seria—. Creo que ya lo entiendo. ¡Los rumores son ciertos!

—¿Eh? ¿Cuáles?

—Los rumores sobre ti.

—¿Qué? —musitó Sham—. ¿De qué estás hablando?

—Has hecho bien en no ir. —A Robalson se le notaba tenso—. Tengo algo que contarte. —Echó un vistazo a un lado y al otro.

—¿Qué dices? ¿A qué te refieres?

—Vamos afuera —lo acució—. Te lo explicaré. Espera, que no parezca que vamos juntos. Has de andarte con cuidado. —No miraba a Sham mientras hablaba—. Afuera, a la izquierda, hay un callejón. Yo voy primero. Espera cinco minutos y vienes después. Y, Sham… que no te vea nadie.

Y se fue, dejando a Sham desconcertado y asustado. Esperó. Tragó saliva. Notó cómo se le aceleraba el pulso. Y al fin —aturdido, pero no por la bebida— se levantó. ¿Lo estarían observando? Ojeó a los borrachos bajo la tenue luz del bar. Ni idea.

Salió a la luz plomiza de las farolas, a la noche de Manihiki. Se deslizó por las sombras. Murdiu apareció en el cielo y aterrizó sobre Sham. Lo acarició. Ahí estaba Robalson, arrimado a la pared, esperando tras un contenedor.

—¿Tienes al murciélago? —susurró, nervioso.

—¿Cuál es ese secreto tan importante?

Robalson asintió.

—¿Recuerdas cuando me preguntaste qué era mi tren? ¿A qué me dedicaba?

Sham sintió un escalofrío.

—Sí. Dijiste que eras…, bueno…, estabas de broma.

—Sí que te acuerdas. El secreto es… —Robalson se inclinó hacia él— que no estaba bromeando, ¡que soy pirata!

Y mientras lo agarraban bruscamente por detrás y lo sujetaban para que no pudiera moverse, y su asaltante oculto le tapaba la boca y la nariz con un trapo empapado, y apretaba tanto que Sham aspiraba bocanadas de algo que olía a lejía y menta y que le inundaba los pulmones y hacía



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