El lugar más frío by S. J. Rozan

El lugar más frío by S. J. Rozan

autor:S. J. Rozan [Rozan, S. J.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2009-12-15T00:00:00+00:00


12

Mi próximo objetivo me llevaba de nuevo al norte de la ciudad. Me dirigí al metro, para lo que tenía que avanzar una manzana, y otra más hacia abajo, pero antes me detuve en una cabina para llamar a Lydia.

Marqué el número de la caseta de la obra. Contestó una voz que solo podía pertenecer a un policía.

—¿Quién la llama? —me preguntó, como si cualquier llamada personal a cualquier persona que estuviera en la caseta pudiera descifrar algo fundamental del caso.

—El fontanero —contesté—. Estoy en su casa. He cortado el agua, pero necesito saber qué es lo que quiere que haga con la válvula.

—Bueno, no está —me contestó—. Se ha marchado hace una media hora. Probablemente esté de camino.

—Vale. De acuerdo.

Mierda, pensé mientras marcaba el número de la oficina de Lydia. Me interesaría saber con qué habían andado entretenidos en la caseta la policía, Lydia, Chuck y Dan Crowell padre durante toda la mañana. Dejé un mensaje en el contestador y cogí el metro de vuelta a la zona norte de Broadway.

El edificio de dos plantas de Propiedades Arsmtrong tenía un aspecto tan atractivo a la luz del sol resplandeciente de la tarde, como el día anterior tras el espeso nublado que dejó la lluvia. La secretaria pecosa, Dana, me miró con la misma frialdad y profesionalidad que el día anterior cuando entré.

—Quiero ver a la señora Armstrong —dije.

—No, no lo creo —contestó con calma—. Ayer le echó de aquí. No creo que esté esperando que vuelva.

No efectuó ningún movimiento con el teléfono.

—Ayer me presenté como un periodista que no era. Hoy he llamado a uno que es amigo mío. Está interesado en todo este tinglado —dije, prolongando las palabras de forma imprecisa y desagradable.

La duda parpadeó en sus ojos; con eso era suficiente.

—Dele un toque a su jefa —le sugerí—. Pregúntele si estaría dispuesta a recibirme.

Lo hizo. Mantuvieron una conversación breve en voz queda. Se levantó bruscamente y me llevó hasta la oficina del fondo.

Denise Armstrong estaba de pie en el centro de la habitación, con los labios cerrados en una apretada línea. El sol que relucía en el cuadrado del patio que dejaba ver la ventana por detrás de ella era más cálido y dorado que el día anterior, pero la acogida que me otorgó fue la misma.

Dana, dirigiéndome una mirada furiosa, nos dejó solos y cerró la puerta detrás de mí.

—¿Por qué ha vuelto? —preguntó la señora Armstrong al cerrarse la puerta, fría como el hielo—. ¿No le dejé ayer las cosas claras?

Me giré para mirar a la puerta.

—¿La ha cerrado con llave?

—Esta vez no. Hoy no tengo ninguna razón para retenerlo. De hecho, no tengo ninguna razón para dejarlo pasar, salvo preguntarle por qué sigue mintiendo cuando quiere verme.

—Le he contado la verdad; quería verla.

—Ha contado que ha hablado con un periodista. Eso es una mentira.

Me encogí de hombros. El movimiento hizo que me doliera el hombro que había sido golpeado con la barra de refuerzo. Seguía dolorido.

—Consideré que era mejor que empujarla para entrar a la fuerza y embestir contra la puerta.



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