El Leon, la bruja y el ropero by C. S. Lewis
autor:C. S. Lewis
La lengua: spa
Format: epub
editor: 2012
–Sí, lo es –dijo el Castor–. Mucho más que demasiado pesada. No pretenderás usarla durante la fuga, supongo …
–No puedo siquiera soportar la idea de que esa Bruja la toque –dijo la señora Castora–, o la rompa o se la robe …, lo crean o no.
–¡Oh, por favor, por favor, por favor! ¡Apresúrese! –exclamaron los tres niños.
Por fin salieron y el Castor echó llave a la puerta (“Esto la demorará un poco”, dijo) y se fueron. Cada uno llevaba su bolsa sobre los hombros.
Había dejado de nevar y la luna salía cuando ellos comenzaron la marcha. Caminaban en una fila …, primero el Castor; lo seguían Lucía, Pedro y Susana, en ese orden. La última era la señora Castora.
El Castor los condujo a través del dique, hacia la orilla derecha del río. Luego, entre los árboles y a lo largo de un sendero muy escabroso, descendieron por la ribera. Ambos lados del valle, que brillaban bajo la luz de la luna, se elevaron sobre ellos.
–Lo mejor es que continuemos por este sendero mientras sea posible –dijo el Castor–. Ella tendrá que mantenerse en la cima, porque nadie puede conducir un trineo aquí abajo.
Habría sido una escena magnífica si se la hubiera mirado a través de una ventana y desde un cómodo sillón. Incluso, a pesar de las circunstancias, Lucía se sintió maravillada en un comienzo. Pero como luego caminaron …, caminaron y caminaron, y el saco que cargaba a su espalda se le hizo más y más pesado, empezó a preguntarse si sería capaz de continuar así. Se detuvo y miró la increíble luminosidad del río helado, con sus caídas de agua convertidas en hielo, los blancos conjuntos de árboles nevados, la enorme y brillante luna, las incontables estrellas …, pero sólo pudo ver delante de ella las cortas piernas del Castor que iban –pad-pad-pad-pad– sobre la nieve como si nunca fueran a detenerse.
La luna desapareció y comenzó nuevamente a nevar. Lucía estaba tan cansada que casi dormía al mismo tiempo que caminaba. De pronto se dio cuenta de que el Castor se alejaba de la ribera del río hacia la derecha y los llevaba cerro arriba por una empinada cuesta, en medio de espesos matorrales.
Tiempo después, cuando ella despertó por completo, alcanzó a ver que el Castor desaparecía en una pequeña cueva de la ribera, casi totalmente oculta bajo los matorrales y que no se veía a menos que uno estuviera sobre ella. En efecto, en el momento en que la niña se dio cuenta de lo que sucedía, ya sólo asomaba la ancha y corta cola de Castor. Lucía se detuvo de inmediato y se arrastró después de él. Entonces, tras ella oyó ruidos de gateos, resoplidos y palpitaciones, y en un momento los cinco estuvieron adentro.
–¿Qué lugar es éste? –preguntó Pedro con voz que sonaba cansada y pálida en la oscuridad. (Espero que ustedes sepan lo que yo quiero decir con eso de una voz que suena pálida.)
–Es un viejo escondite para castores, en malos tiempos –dijo el señor Castor–, y un gran secreto.
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