El hombre celoso by Jo Nesbø

El hombre celoso by Jo Nesbø

autor:Jo Nesbø [Nesbø, Jo]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2021-06-10T00:00:00+00:00


* * *

Amy estaba tendida sobre un colchón sucio en el sótano. La habían encerrado en un lavadero que, evidentemente, estaba en desuso. No para evitar que huyera, sino para ocultar el cadáver al resto del mundo. La miré fijamente. Mi corazón se había apagado. Mi cerebro se limitó a registrar datos. Salvo que hubiera fallecido antes por otro motivo, la causa de la muerte era evidente. Tenía la frente hundida por un golpe.

Salí al pasillo del sótano, donde me esperaban Larsen y Downing.

—Hay que interrogarles —dije, señalando el piso de arriba con un movimiento de la cabeza, donde estaban esposados los miembros de la banda, sentados en el suelo del salón.

—No querrías antes… —empezó Larsen.

—No —dije—. Empecemos.

La cuestión de la culpa se aclaró enseguida con la ayuda de un viejo pero eficaz truco utilizado por la policía y que yo, en tanto que abogado, había criticado en ocasiones.

Colocamos a cada uno de los miembros de la banda en una habitación y dejamos pasar un rato antes de pasar por turnos fingiendo haber hablado con los demás. Yo tomaba la palabra, y siempre empezaba igual:

—No voy a decirte quién, pero uno de tus amigos te ha acusado de ser el asesino de mi hija Amy. Seguramente ya sabrás quién. Yo mismo te pegaré un tiro con gran satisfacción dentro de cinco minutos, salvo que puedas convencerme de que ha sido otro.

El farol era tan evidente que algunos de ellos lo pillarían enseguida, claro. Pero no podían estar seguros del todo. Y de lo que no pueden estar seguros de ninguna manera es de que los otros diez también van a pillar el truco. Por eso, el cálculo es el siguiente: ¿por qué voy a callarme y arriesgarme a pensar que van de farol cuando seguro que alguno de los otros va a chivarse?

Después de cuatro interrogatorios dos habían dicho ya que había sido Brad. Después de seis supimos que había sido con un palo de golf en el dormitorio. Entré a uno de los dos despachos, donde habíamos dejado a Brad, y le conté lo que sabíamos.

Se reclinó en la butaca de cuero con las manos esposadas por tiras de plástico a la espalda y bostezó.

—Pues tendrás que pegarme un tiro.

Tragué saliva y esperé. Esperé. Llegaron las lágrimas. No las mías, las suyas. Goteaban sobre el escritorio de teca gris envejecida; la madera las absorbía.

—No era mi intención, señor Adams —moqueó—. Yo amaba a Amy. Siempre la he amado. Pero ella… —Tomó aire tembloroso—. Ella me despreciaba, no le parecía lo bastante bueno para ella. —Rio un instante—. Yo… que voy a ser el heredero del segundo hombre más rico de la ciudad. ¿Qué me dices?

No dije nada. Levantó la vista y me miró.

—Dijo que me odiaba, señor Adams. Y ¿sabes qué? Precisamente ese sentimiento sí lo compartimos. Yo también me odio.

—¿Esto puede considerarse una confesión, Brad?

Me miró. Asintió. Miré a Larsen, que afirmó con un movimiento de cabeza haber escuchado lo mismo que yo. Nos pusimos de pie y salimos.



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