El holandés by Elisa Ferrer Molina

El holandés by Elisa Ferrer Molina

autor:Elisa Ferrer Molina [Ferrer Molina, Elisa]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 2023-07-15T00:00:00+00:00


Fernando conduce un Mercedes nuevo, pero con esa carrocería de finales de los ochenta que nació antigua, como si al cruzar la puerta del concesionario, tras la compra millonaria, las líneas cuadradas del diseño envejecieran una década de golpe y estuviera destinado a ser conducido por un hombre con pelo cano y corbata perenne como él mismo. El Mercedes avanza desproporcionado en contraste con los Seat Panda y los Peugeot 205 que pueblan el paseo marítimo, en el gris metalizado de la carrocería rebota el sol de Benidorm, un sol que Fernando agradece, justo ha regresado de Londres tras cientos de días de cielos encapotados y lluvia fina que le obligaban a andar a todos lados con gabardina y sombrero, elegante como Rick en Casablanca, le gusta decir. Pero la verdad es que, desde su vuelta, no se quita las gafas de sol ni a refugio de espacios interiores. La intensidad de los rayos le obliga a cerrar los ojos, le molesta la luz, incluso diría que le duele la córnea. Estos días ha acudido con especial agitación a la Enciclopedia Salvat de dieciséis tomos que reposa orgullosa junto a la Sociedad mercantil I, Sociedad mercantil II y el Código y comercio de la legislación mercantil en su despacho y empieza a sospechar que ha desarrollado una fotofobia. Tita, su mujer, se queja; insiste en que se ha vuelto hipocondriaco, pero él no ve qué tiene de hipocondría adelantarse a un médico y tratar de entender qué ocurre en su cuerpo para así estar preparado ante las malas noticias que pillan a la gente con la guardia baja en consulta. Desde que tiene uso de razón, desde que sabe buscar en la enciclopedia, diría, siempre ha examinado sus síntomas y no le ha ido nada mal. Acertó con el reúma, acertó con la hipertensión, y si confundió un ataque de ansiedad con un infarto fue porque las señales coincidían una por una, y si hubiera estado en lo cierto, se habría salvado gracias a conocer de antemano la sintomatología.

En todo eso piensa Fernando cuando se para a la altura de la cafetería donde su mujer ha quedado con una amiga para charlar, para contarse qué tal todo después de tanto tiempo en Londres. Tita, la piel morena, curtida como el cuero, que roza la tanorexia, el pelo rubio platino, corto y tan cardado que ayuda a aumentar unos centímetros su altura ya de por sí elevada, sube al coche y le da a Fernando un beso en la mejilla.

—Benidorm es cutre, ratón, ¡cutre total! ¡Me encanta! Eso sí, el café buenísimo, que ya estaba harta del aguachirli de Londres.

—Se dice aguachirri —la corta Fernando.

—Pero tú me has entendido, ¿no, ratón? —Y Tita se acerca al cuello de su marido, que puede oler el coñac en su aliento—. Aguachirli, aguachirri, un café de mierda, ¡vaya! Eso sí, pegada a la silla del bar ese, la mesa también pegajosa perdida, que no sé cómo Mariche no ha escogido otro sitio, qué antro,



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