El hijo de la costurera by Nacho Montes

El hijo de la costurera by Nacho Montes

autor:Nacho Montes [Montes, Nacho]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9788491647126
editor: LA ESFERA DE LOS LIBROS, S.L.
publicado: 2019-11-05T23:00:00+00:00


36

La sala de la marquesa de Trenvil estaba tan silenciosa esa mañana que podía escuchar sus confesiones como con eco, como si se tratase de un reo en el foso de una cárcel donde retumbaban hasta los más silenciosos lamentos. Aun así, sus columnas azules de lapislázuli, sus espejos brocados, sus tapices y esa alfombra de pelo blanco donde te hundías en cuanto apoyabas un pie, cobijaron cálidamente esa primera mañana de tantas en las que Cristóbal, animado hacía días por la complicidad y las preguntas de la marquesa, se desnudó ante esa mujer rechoncha y vital cuyos ojos y sonrisas hablaban de la experiencia de una vida vivida sin cortapisas.

—No puedes volver a llamarme de usted, ni marquesa ni ninguna de esas tonterías. Desde hoy soy Amalia, debes tenerlo claro o no podremos charlar de nuestras cosas en total confianza —dijo ella con rotundidad, sin dar opciones a la protesta ni a la réplica en ningún momento.

—De acuerdo, acepto el reto, pero solo cuando estemos a solas, en público seguirá siendo obligatoriamente doña Amalia, la marquesa de Trenvil, porque si no nuestros secretos se esfumarán —respondió él, serio.

—Me parece correcto, así sabremos distinguir nuestras charlas privadas de las sociales, que son mucho más aburridas y ridículas a menudo, dónde va a parar —añadió, llenando dos copitas de cristal tallado con un licor ámbar que olía dulce y fuerte.

—Toma, brindemos —ofreció una copa a Cristóbal y levantó la suya en un amago de brindis al aire hasta que chocaron las dos.

—¿Qué es? —preguntó Cristóbal casi sin voz después de tragar de un golpe, imitando a la marquesa, el contenido de la suya. Un camino de fuego se abrió en su garganta. Notó cómo llegaba al estómago, abrasando placenteramente todo a su paso.

—Grappa. Un aguardiente de orujo que me trae un buen amigo desde Italia todas las Navidades. ¿A que es fantástica? —explicó, y volvió a llenar las dos copitas.

—Si me tomo esta segunda tendrá que venir el médico a levantarme del sofá —anunció con una ceja erguida.

—Pues te encantará mi médico, es guapo a rabiar, tiene los ojos azules y unas manos capaces de calentar un glaciar —dijo ella con una risotada burlona y tragando de golpe su segunda copa de licor.

Cristóbal se había quedado mudo, tampoco sabía muy bien qué decir, ni si lo del médico era una señal para arrancar los secretos a voces o si había sido una simple anécdota, pero cogió su copita y se la bebió de golpe. Si salía de esa, saldría de lo que fuese, lo tenía claro.

—¿Te ha comido la lengua un gato? No te asustes hombre, que ni la grappa te matará ni mi doctor será conocedor de nuestras charlas, al menos de momento. —Soltó otra de sus risotadas.

—Es un alivio saber ambas cosas —respondió con la lengua ya de trapo, como si todo el contenido de esas dos copas le hubiese emborrachado el cerebro en unos segundos. Notaba cómo le pulsaba en las sienes.

—Él es como tú, por eso sé



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