El Estanque De La Luna by Abraham Merritt
autor:Abraham Merritt
La lengua: es
Format: mobi
publicado: 2012-01-01T12:15:42+00:00
[15]
Los ojos de la muchacha adquirieron una color púrpura oscuro.
â¡Que nadie ose apartaos de mÃ! ¡Ni oséis jamás vos apartaos de mà sin ser invitado a ello!-Susurró fieramente.
Luego, con gesto delicado, ignorando aún nuestra presencia, rodeó a O'Keefe con sus brazos, apretó su blanco cuerpo contra el pecho del joven y elevó los labios con los ojos cerrados. Los brazos de O' Keefe se apretaron alrededor de la delicada figura, bajó la cabeza mientras sus labios buscaban el contacto con los de ella ¡Y se fusionaron en un apasionado beso! De lo más profundo de Olaf salió un profundo suspiro que casi era un gruñido. ¡Pero ni en lo más profundo de mi ser pude encontrar una razón para culpar al irlandés!
La sacerdot isa abrió por fin los ojos, ahora de un azul neblinoso, se apartó de él y le observó detenidamente. O'Keefe, de una palidez mortecina, elevó una temblorosa mano hacia su cara.
â¡Y asà sello mi juramento, oh mi señor!-Susurró la joven.
Por primera vez pareció percatarse de nuestra presencia, nos observó durante unos instantes, nos ignoró, y se giró hacia O'Keefe.
â¡Marchad, ahora!-Nos dijoâ. Pronto vendrá Rador a buscaros. Luego... bien ¡Luego, dejemos que las cosas sucedan!
Le sonrió una vez más, dulcemente; se volvió hacia las figuras que coronaban la gran esfera y se puso de rodillas ante ellas. Nos retiramos silenciosamente, y aún en silencio recorrimos nuestro camino hasta el pequeño pabellón. Pero mientras entrábamos escuchamos un tumulto que provenÃa de la verde carretera: gritos de hombres y de vez en cuando el lamento de una mujer. A través de un claro en el follaje pude ver a una multitud que empujaba y retrocedÃa sobre uno de los puentes. Los enanos vestidos de verde forcejeaban con los ladala, y todo lo envolvÃa un zumbido igual al que provocarÃa un avispero gigantesco que hubiera sido puesto en pie de guerra.
Larry se arrojó sobre uno de los divanes, se cubrió la cara con las manos, las volvió a bajar para fijar la mirada en los ojos rebosantes de reproche de Olaf, y finalmente dirigió la mirada hacia mÃ.
âNo pude evitarlo,-nos dijo medio desafiante y medio arrepentidoâ. ¡Dios, qué mujer! ¡No pude evitarlo!
âLarry,le respondÃâ. Entonces... ¿Por qué no le dijo que no la ama? Me miró de reojo... y volvà a ver en sus ojos aquel antigua expresión picaresca.
â¡Habla como un cientÃfico, Doc!-Exclamóâ. Creo que si un ángel flamÃgero apareciera a su lado y comenzara a volar a su alrededor, usted le pedirÃa educadamente que procurara no quemarle. ¡Por el amor de Dios, no diga tonterÃas, Goodwin!â Finalizó la frase casi malhumorado.
â¡Diabólico! ¡Diabólico!â La voz del escandinavo era muy profunda, casi parecÃa un cántico. âTodo aquà es diabólico: Esto es el Reino de los Trolls y el Helvede
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