El enredo de coquetear con lady Blanche by Ruth M. Lerga

El enredo de coquetear con lady Blanche by Ruth M. Lerga

autor:Ruth M. Lerga [Lerga, Ruth M.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2022-09-01T00:00:00+00:00


* * *

El conde de Bedford se levantó temprano tras una noche en casa, salió a cabalgar hasta Chelsea, dando un paseo tranquilo por el parque de Ranelagh, y regresó de nuevo a Londres. Tras un baño, rechazó el almuerzo que le ofrecía el cocinero y decidió ir a White’s. Con seguridad, encontraría en el club a alguno de sus primos y podría pasar la sobremesa bromeando y jugando a los naipes.

Cuál fue su sorpresa cuando no encontró a ninguno de ellos allí. Tampoco habían acudido temprano, le dijo uno de los camareros, a leer la prensa matutina según su costumbre, lo que extrañó al conde muchísimo más.

Supo de repente dónde podría encontrarlos.

—¡Malditos sean! ¡Malditos sean los dos! —repitió, furibundo.

Podía suponer que Robert estuviera con su esposa. Incluso Jacob podía tener una cita con alguien, hombre o mujer, y no haber acudido al club. Desde que heredase el ducado era un caballero muy ocupado y, hasta donde sabía, sumaba a sus ocupaciones una amante nueva, por lo que su ausencia estaba tan justificada como la del mayor de los Seymour.

Pero ¿Derek y Nate? Aquellos dos bribones solo podían estar en un lugar: visitando a Blanche. Se habían convertido en sus guardianes. Le sorprendía cómo espantaban a su séquito y lo mucho que les divertía hacerlo. Quería pensar que la clave de tanta preocupación era Arthur Candem; que el hermano de la joven debutante había pedido a un par de solteros recalcitrantes muy respetados por los posibles pretendientes, sin ser temidos como Jake, que alejasen a los libertinos y cazafortunas del círculo de la dama, dos caballeros que no tuvieran un interés genuino en ella.

Exactamente como hiciera el año anterior su propio padre, el marqués de Denver, con él, pidiendo a Robert que se encargase de que George no cometiese una estupidez, como querer casarse con una mezzosoprano italiana.

Y si el vizconde de Sterling no lo había unido al grupo de Beau responsables de vigilar a Blanche era porque él sí había manifestado su interés en el matrimonio y, por tanto, quedaba descartado.

Se quedó paralizado un momento cuando una idea loca atravesó su mente: ¿querría acaso Arthur que su hermana se casase con él y por eso lo había apartado de la misión que había encomendado a Nate y Derek?

Desechó la idea y, para su pasmo, lo hizo con cierta desazón. Si sus primos supieran algo sobre los deseos de Arthur o los afectos de la joven tuvieran que ver con él, le habrían revelado alguna confidencia al respecto para que hiciese lo propio, si estaba interesado él.

Y, maldita fuera su estampa, desde luego que hubiera actuado en consecuencia. Recordó entonces su atrevimiento en Almack’s, cuando le susurrara al oído, en un tono que solo se empleaba con una amante, comentarios sensuales sobre lo apetecible de sus labios o la deseable desnudez de su piel.

No pensó más —de haberse detenido a pensar, no se hubiera encaminado a la casa de los condes de Hangstrad sin una invitación previa—, salió del club y en menos de un minuto se hallaba en la mansión donde Blanche residía en Picadilly.



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