El colgajo by Philippe Lançon

El colgajo by Philippe Lançon

autor:Philippe Lançon [Lançon, Philippe]
La lengua: spa
Format: epub
editor: Anagrama
publicado: 2019-08-27T22:00:00+00:00


13. CALENDARIO ESTÁTICO

Una vez hechas las presentaciones, y ahora que ya conoces el VAC, aquí tienes, lector, una parte del calendario correspondiente a nuestra vida en común. El día después de la instalación del VAC, la sonda gástrica o gastrostomía se une a nosotros para formar un delicado trío. Este calendario no es un diario, pues está hecho a posteriori. En esa época escribo muchos correos electrónicos. Anoto hechos, sobre todo detalles prácticos y fenómenos físicos, pero no llevo un diario. El único diario consiste, cuando puedo hablar, en el relato que hago en ligero diferido a mis visitantes, y, cuando no puedo, en las preguntas y comentarios que hago por pizarra interpuesta. Agoto los temas de los que hablo, borro lo que escribo. Me parezco al artista Marcel Broodthaers en aquella breve película muda, en blanco y negro, que rodó en 1969 y tituló La lluvia. Broodthaers está sentado detrás de una caja en la que hay un tintero y una hoja de papel en blanco. Escribe algo con ademán muy serio y lo hace bajo una lluvia intensa. Las frases se diluyen de inmediato, pero Broodthaers, sin inmutarse, sigue escribiendo otras que igualmente se borran enseguida. Es una de mis películas favoritas.

La muerte de la abuela sigue jalonando las bajadas al quirófano. No se trata de mi abuela materna, nacida campesina en Berry y muerta veinte años antes más delgada y ligera que una muñeca, seis meses después de haberse desmayado en mis brazos, en su casa, como una heroína romántica, es decir, desnutrida. Ni de mi abuela paterna, nacida en Río e hija de un aventurero más o menos especulador y mitómano, muerta treinta años antes de un ataque al corazón mientras comía sola en su casa, y cuya cara deformada, retocada veinte veces a consecuencia de un accidente, me acompaña desde el 7 de enero abriéndome el camino y haciéndome la competencia. Ni tampoco de mi tercera abuela, nacida en el seno de una familia burguesa del norte, joven esposa de mi bisabuelo y que murió el mismo año que mi abuela paterna, mujer de una fe de hierro de la que he hablado antes. Cada una de estas abuelas vienen a visitarme durante estos meses de hospital según su humor o según mis derivas. Les pregunto por lo que vivieron y lo que fueron. En ocasiones me contestan. Como formaron parte de un mundo sin ruido, en esta habitación me resultan más cercanas que la mayor parte de mis contemporáneos. Cada día que pasa estoy más cerca de sus sonrisas, de sus olores, de sus aguas de colonia, de sus cabellos grises y blancos bien peinados, de sus cejas depiladas, de su siglo, de sus vidas minúsculas. Viven como yo en un universo denso, de aire enrarecido, donde lo poco que entra es objeto de múltiples procesos y debe someterse a ciertos hábitos. Pero la que me prepara antes de la operación es una vez más la abuela del narrador de En busca del tiempo perdido.



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